El secretario general de la ONU pasa por horas bajas. El escándalo del intercambio de dólares por petróleo suministrado por Saddam Hussein salpican a personas muy próximas a su familia. Mientras el mundo pensaba que el boicot a Iraq por no cumplir las resoluciones de la ONU estaba cumpliéndose resulta que existía una complicidad entre la dictadura de Bagdad y algunos países que como Francia estaban al tanto de estas corruptas irregularidades. Muy mal.
Pero no seamos ingenuos. La administración Bush acusa a cuantos pudieron tomar parte en estos cambalaches de enriquecerse a costa de los iraquíes que son los que han sufrido en la dictadura y siguen sufriendo ahora que se pretende liberarles. Que la administración Bush se precie de destapar escándalos de corrupción en Iraq es bastante sorprendente si se tienen en cuenta los negocios que la empresa Halliburton, relacionada con el vicepresidente Cheney, ha hecho con la hasta ahora inexistente recuperación del país.
Fue el actual secretario de Defensa Rumsfeld el que viajó a Bagdad para entrevistarse con el mismísimo dictador en tiempos en los que Iraq era aliado estratégico de Estados Unidos en la guerra contra Irán. Como si el petróleo no fuera un elemento importante en el desbarajuste provocado por una guerra que se justificó sobre una mentira.
Dos congresistas republicanos han pedido la dimisión de Kofi Annan como consecuencia del escándalo. No voy a poner la mano en el fuego para el actual secretario general de la ONU, un cargo que es muy difícil desempeñar debido a las presiones de todo tipo que le acosan. Pero no hay que ser muy sagaz para deducir que esta envestida contra el secretario general responde a la actitud de las Naciones Unidas en los preparativos de la guerra.
El intercambio de alimentos por petróleo se convirtió en un pozo de pequeñas y grandes corrupciones. El Consejo de Seguridad no consiguió hacer cumplir sus propias sanciones. Los inspectores tuvieron serias dificultades para averiguar si existían arsenales químicos y nucleares en Iraq. Un coche bomba destruyó la sede de la embajada de las Naciones Unidas en Bagdad que tuvo que cerrarse prácticamente por falta de seguridad.
Pero el problema de fondo es la incompatibilidad entre las doctrinas políticas de Washington y una institución que debería ser la garantía para proteger el derecho internacional en las cuatro esquinas del planeta. Las Naciones Unidas han cumplido un papel muy relevante en las tensiones de la guerra fría y en los momentos complejos que han venido después.
Necesitan una reforma profunda. Tanto en su organización de la estructura interna como en la capacidad para que las decisiones adoptadas acaben cumpliéndose al margen de quien sea el afectado. La ONU, con todas sus carencias y debilidades es el único instrumento a mano para dirimir los conflictos políticos y militares en el mundo.
La comunidad internacional necesita un instrumento regulador, un freno efectivo para detener el crecimiento de arsenales nucleares o de cualquier otro tipo, y promover la paz y la concordia en el mundo. Los ataques a Kofi Annan, justificados o no, no hay que entenderlos como un ajuste de cuentas para descubrir ineficacias y corrupciones. Lo que se me antoja que hay detrás de estos ataques al secretario general es un intento de debilitar todavía más la institución para hacer posible que la fuerza pueda actuar sin los necesarios contrapuntos del derecho.
Kofi Anan tiene que dar explicaciones. Por supuesto. Pero no hay que confundir las responsabilidades personales del más alto cargo con la función de una institución absolutamente necesaria para una mejor marcha de las relaciones internacionales.