No es ninguna frivolidad empezar el año haciendo una reflexión sobre el oficio de periodista, sobre las fábricas de noticias y de opiniones, sobre la opinión pública que mueve la voluntad de gobiernos y de gentes de todo el planeta. El periodismo no es un laboratorio perfeccionista. Dicho de manera más directa, el periodismo no coincide siempre con la verdad. Muchas veces porque la verdad se resiste a manifestarse en toda su complejidad y simplicidad. Otras porque los que intentamos atraparla y transmitirla no conocemos todos los datos.
Comentaba en una sobremesa el antiguo director del “The Times”, William Rees-Mogg, que un periodista ha de estar abierto a todos los puntos de vista lo que no significa que sea indiferente a todas las actitudes. Un periodista ha de ser fiel transmisor de hechos, declaraciones y comentarios. Pero es mucho más que todo esto. Ha de saber situar todos sus conocimientos al nivel de los códigos de conducta que son norma general en cualquier otra profesión.
Hacer apología de la trampa, del mal, del terrorismo o del engaño sería un mal servicio a la sociedad y a la opinión pública. Es obvio que lo tiene que explicar y comentar todo, con pelos y señales, pero sabiendo que hay unos límites que no se pueden traspasar. Uno de esos límites es la mentira o, lo que es peor, las medias verdades. Cuantas opiniones se forman a partir de medias verdades.
El veterano periodista polaco, Rudyard Kapuscinski, gran viajero y sutil observador de la vida de la gente normal en situaciones extremas, cuenta que estamos en un momento en el que los medios ya no observan lo que pasa sino que participan en los hechos. Y los manipulan con sus mentiras y sus informaciones inciertas. Dice Kapuscinski, premio Príncipe de Asturias, que es frecuente que los medios participen en el capital financiero en circulación sin preocuparles demasiado la ética periodística y sí las cuentas de explotación y los resultados.
La concentración de grandes medios de comunicación es una necesidad de los tiempos. Con un riesgo añadido nada despreciable. Si se trata la masa crítica de la información y de la opinión como un gran negocio y no como una empresa para contribuir a la creación de la opinión pública desde la libertad, los resultados pueden ser muy alarmantes.
No hay manos inocentes en el periodismo. Es bueno saber que detrás, por ejemplo, de los llamados programas de tele basura hay un negocio que se basa en la necesidad de aumentar las audiencias, de improvisar contra programaciones que llevan a conseguir más anuncios y por lo tanto más beneficios.
Cuando el mundo de la comunicación se limitaba sólo a los diarios cada lector escogía su cabecera favorita, la que más y mejor respondía a sus opciones ideológicas, económicas o políticas. Los diarios servían a sus públicos tan diferentes y plurales como la misma sociedad.
Nos encontramos ahora en que el mundo capitalista, en su versión más radical, ha socializado la información. No lo han hecho los comunistas o los socialistas. Lo han hecho los capitalistas en nombre de la libertad de expresión y del servicio a la sociedad. Bienvenido sea este nuevo instrumento del conocimiento y de la comunicación. Siempre y cuando sea en servicio de la libertad. Nos encontramos en que cada vez más son menos los que deciden lo que se dice o se calla, lo que se emite o no se emite, los que fijan los criterios de lo políticamente correcto en cada momento y circunstancia.
Este monopolio de la información y de la opinión no puede tener larga vida. Por una razón muy sencilla. En este mundo comunicativo cada vez más socializado ya no son los periodistas y las empresas los únicos que tienen el privilegio de decidir lo que hay que decir o no decir. Hay cientos de miles de ciudadanos en todo el mundo que hacen de periodistas porque tienen los instrumentos imprescindibles para crear y difundir información y opiniones en tiempo real por todo el planeta.
Internet es la otra cara de la moneda del periodista o empresario seguros, con éxito, que dominan las fuentes de las noticias, su elaboración y su transmisión al gran público. Se puede argumentar que Internet es peligroso porque no tiene fronteras éticas ni códigos jurídicos que ordenen y garanticen la veracidad de todo lo que circula en todas direcciones por la red de redes. Habrá que buscar algún tipo de regulación que proteja la honorabilidad de las personas, la verdad y la intimidad.
Pero Internet es ya un instrumento que garantiza la libertad de información en unos momentos en los que la masa crítica de noticias, opiniones y reflexiones está controlada por muy pocos.
La irrupción de los “bloggers”, esos diarios personales a los que todo el mundo tiene acceso, que elaboran noticias en tiempo real desde cualquier rincón del planeta, que no tiene ningún coste fabricarlos, ha tenido una gran incidencia en la tragedia que ha devastado miles de kilómetros de playas de los mares del sur sembrando la muerte y el horror. Los “bloggers” han facilitado información de primera mano allí donde los periodistas ni las cámaras habían llegado.
Modestamente, me he iniciado en el mundo del “blog”. He empezado a verter opiniones y artículos en “foixblog”. Nada del otro mundo. Pero lo mismo están haciendo miles de ciudadanos en todo el mundo. Esto no es una noticia. Es, simplemente, una tendencia que va adquiriendo formas de una corriente impetuosa.