Estamos más y mejor informados pero no estoy seguro que seamos más sensibles. Las imágenes apocalípticas que nos han llegado de los mares del sur con decenas de miles de personas desaparecidas y muertas en pocos minutos por unas olas gigantescas que viajaban a más de quinientos kilómetros por hora han impresionado por pocos días a la opinión pública global. Una tragedia de dimensiones desproporcionadas.
Era el día 26 de diciembre cuando turistas del mundo entero y residentes locales disfrutaban de la placidez y bondad de aquellos mares en los que no se había producido una catástrofe semejante en los últimos ochenta años. Nada hacía pensar que en media hora las olas desatarían su bravura destructiva en el hormigueo de gentes y de edificaciones de miles de kilómetros de las orillas del Océano Índico en Indonesia, Sri Lanca, Tailandia, India… hasta llegar a las costas africanas de Somalia.
Una catástrofe de dimensiones cósmicas. Pero el día de Año Nuevo pudimos ver a grupos de tranquilos bañistas que tomaban refrescos bajo sombrillas en el mismo lugar en el que la misma semana se había producido una catástrofe de dimensiones cósmicas.
Visto desde muchos miles de kilómetros de distancia, choca enormemente la falta de sensibilidad, incluso de respeto por el dolor de tantos miles de familiares de las víctima, de cuantos reanudan sus días de descanso y ocio allí donde se acaba de perpetrar una tragedia de esta magnitud. Claro que la vida sigue y los planes personales no se detienen por catástrofes que han afectado a otros.
La sociedad global dispone de tal cantidad de información, de imágenes, de opiniones y de análisis que se llega a producir una saturación y en muchos casos un bloqueo de los sentimientos. También del recuerdo.
Es imposible que seamos sensibles a todo lo que circula por nuestras mentes bombardeadas por una formidable masa crítica de información. Cuenta Sebastià Serrano en su excelente libro “Regal de la Comunicació”, y cito de memoria, que una persona en el siglo XIII recibía tanta información a lo largo de su vida como la que puede pasar por la cabeza de una persona de hoy en un solo día.
La información nos invade, nos conforma, nos lleva a pensar de una cierta manera, nos obliga a sepultar en el olvido muchas experiencias que somos incapaces de retener. Sí, estamos muy informados, sabemos muchas más cosas, pero corremos el peligro de desconocer lo que pasa y el alcance de las cosas que ocurren.
La cantidad y la intensidad de los estímulos puede bloquear la sensibilidad de las personas. El que haya practicado montañismo en invierno sabe que el frío de un amanecer de vientos, hielo y nieve es el mismo si se está a diez bajo cero que a quince bajo cero. Lo único que experimenta es que los dedos de las manos o los pies ya no se mueven. Se pierde la sensibilidad por la magnitud del frío que se encuentra en todas partes.
El impacto de las imágenes catastróficas son para el consumo de un telediario. O de dos o tres. Luego llega el olvido porque se nos suministran nuevas tragedias con formatos dantescos nuevos, ya sea en una discoteca de Buenos Aires o en una matanza indiscriminada en Bagdad.
El mundo ha reducido las dimensiones del tiempo y del espacio en aras de una proximidad que nos hace contemplar en tiempo real todo el mal que circula por el planeta y que las audiencias reclaman para mantener la atención de los usuarios globales.
A este paso nos vamos a instalar en la normalidad de las tragedias que afectan a los demás.