Dostoievski está siempre de actualidad. Como Cervantes, Tolstoi, Shakespeare, Homero o Balzac. He recorrido estos días los cientos de páginas de El Idiota viendo cómo un personaje mesiánico, concebido por el autor como el paradigma del hombre bueno, es derrotado finalmente por sus propios odios y deseos. El príncipe Mishkin desprende compasión y humildad. Tiene tanta sinceridad que finalmente es destruido por quienes no pueden tolerar la transparencia de un personaje que se manifiesta abiertamente sin tener en cuenta los códigos mentales que bullen en la sociedad de San Petersburgo a finales del siglo antepasado.
Dostoievski avanza por el laberinto de lo antinatural, por los subsuelos y las ciénagas del alma, siempre al borde de la alucinación, de los espectros y siempre vulnerable a las intrusiones demoníacas en lo que finalmente todo parece haber sido un sueño. El Idiota representa una negación total de la visión del mundo sostenida por el racionalismo. Un ejército de personajes que dialogan consigo mismos y crean un mundo de perversas fantasías. El final no es precisamente un triunfo de la verdad ni de la bondad. Es un desastre.
Todos llevamos a cuestas algunos rasgos del príncipe Mishkin. Nos acostumbramos a ver enemigos y adversarios por todas partes. El discurso propio es siempre el más ajustado a nuestras fantasías. Hasta que la realidad nos hace tropezar con las fantasías de los demás. Y se produce un choque de trenes y aquellas bondades se transforman en lamentables catástrofes.
El problema es que todos los príncipes Mishkin de este mundo siguen activos, todos los llevamos dentro de alguna manera, y sino los expulsamos podemos chocar constantemente con la realidad que es más dura que las fantasías personales.
Mientras leía las paradojas y contradicciones de El Idiota me venía a la mente el cuadro del debate político en nuestro país. Hay quien se mueve en la fantasía de un plan para cambiar el curso de la historia entre Euskadi y España y con los mismos criterios se dan golpes de Constitución para desautorizarlo. No se habla. Se grita y se utiliza el lenguaje para destruir al adversario. Todos los planteamientos parten de una bondad seráfica sorprendiéndose de que los demás no vean las cosas de la misma manera.
El conflicto es que quienes hablamos y escribimos de todo esto leemos muchos diarios construidos sobre declaraciones de todo tipo. Pero libros, lo que se dice libros que reflejen la naturaleza humana, se leen más bien pocos. Es un problema insuperable que nuestra clase política y nuestros sabios opinadores no se hayan entretenido en leer libros.
Todo lo que está ocurriendo no es nuevo. Pero no hace falta caer en las mismas trampas que con tanta profundidad han estudiado los clásicos universales. En este cuarto centenario de El Quijote sería interesante repasar los últimos capítulos de la segunda parte y releer las consideraciones que tanto don Quijote como Sancho Panza hacen después de que el Caballero de la Luna abatiera al caballero manchego en una de las playas de Barcelona donde hoy se levanta la modernidad del Forum de las Culturas.
Se dice en las páginas de El Idiota que el mundo será salvado por la belleza. Sí. Pero también y sobre todo por la razón y el espíritu. Dos conceptos que a veces no se encuentran en el diccionario de cuantos construimos el debate político del momento.