Unas elecciones generales celebradas democráticamente bajo una ocupación militar extranjera arrojan muchas incógnitas sobre el fondo y la forma en que se han celebrado los comicios. Y sobre todo dibujan un horizonte incierto. Pero el caso es que los palestinos votaron el domingo y dieron mayoritariamente la victoria a Abu Mazen, el candidato que representa la moderación de la facción política de Al Fatah.
Abu Mazen es considerado como un líder con el que Israel puede hablar, una circunstancia que no se daba con Yasser Arafat que rompió incomprensiblemente el proceso de paz dando rienda suelta a la segunda intifada. Abu Mazen se propone entablar negociaciones con Israel y acabar con la violencia descontrolada de grupos radicales descontrolados. También tendrá que establecer contactos con el presidente de Estados Unidos que ha saludado la elección de Mazen diciendo que “es esencial para el establecimiento de un estado soberano, independiente, viable, democrático y pacífico con un Israel seguro”.
No es momento de recordar la violencia estéril, tantas muertes absurdas, tanto odio mutuo entre Israel y los palestinos a raíz de los enfrentamientos continuados de los últimos años. Este conflicto deberá acabarse en una mesa de negociaciones como estuvo a punto de ocurrir tras los acuerdos de Oslo o la paz de Camp David.
Hay que volver a los inicios. Los padres fundadores de Israel se proponían fundar una sociedad nueva e igualitaria, abierta a todos, también a la población árabe. Aquella sociedad idílica encontraba su expresión en el kibutz donde los colonos judíos, metralleta al hombro, trabajaban la tierra junto con los árabes que eran tratados mucho mejor que como lo habían hecho los grandes latifundistas que los habían vendido a los nuevos ocupantes con los mismos campos devastados. Este idilio se desvaneció con la guerra de los Seis Días de junio de 1967 que obligó a Israel a dotarse de una estructura de verdadero estado, con ejército, armamento y todo lo que acompaña a un estado moderno.
Aquella espectacular victoria militar no fue seguida de un plan político para dar salida a los seiscientos mil palestinos que quedaron atrapados, hoy son casi cuatro millones, dentro de las tierras conquistadas.
Han tenido que ocurrir tantas desgracias para que, finalmente, la única salida posible sea la creación de dos estados separados, con todas las cautelas de seguridad y defensa que se quiera.
El factor demográfico no juega a favor de Israel. Si no hay separación se calcula que en el año 2010 habrá más palestinos que judíos viviendo en Israel. Cualquier opción que no pase por la separación en dos estados puede llevar a Israel a promover tres opciones igualmente peligrosas.
Pueden los israelíes controlar toda la zona siguiendo un sistema de “apartheid”, pueden expulsar a los palestinos, ¿adónde?, o pueden otorgar a los palestinos el derecho a votar con lo que el estado de Israel perdería su razón de ser.
La separación es lo más prudente. Lo saben los israelíes, los palestinos y también Estados Unidos. Se trata de poner en marcha este proceso con todas las garantías que se quieran. No hay otra opción. La solución militar puede prolongar la violencia por ambas partes. Lo que no servirá es para alcanzar la paz.
Yasser Arafat levantó la bandera simbólica de los palestinos. Pero no quiso o no pudo ir más allá de promesas y de frustraciones. Abu Mazen tiene la oportunidad para poner de nuevo el reloj a cero. Y el gobierno de Sharon también.