Hay una frase ritual de Felipe II que pronunciaba en sus austeras estancias de El Escorial: “En esto no conviene hacer novedad”. Y así gobernaba aquel vasto imperio en el que sus órdenes eran ejecutadas meses después en algún lugar remoto de América o en alguna aldea de Castilla o de Aragón. Los españoles suelen ser bastante impávidos cuando se trata de peligros reales pero son temerosos cuando se vislumbra un futuro incierto.
España, decía Ortega, es una cosa hecha por Castilla y hay razones para ir sospechando que, en general, sólo cabezas castellanas tienen órganos adecuados para percibir el gran problema de la España integral. No esperan los españoles que gobiernan y han gobernado siempre desde el poder central articulado en Madrid que puedan venir soluciones desde la periferia. No está en nuestra tradición.
El plan Ibarrretxe es denostado por muchos españoles a pesar de que sean muy pocos los que se hayan entretenido en leerlo. Se estigmatiza su articulado por entender que es un paso irreversible para la unidad de España. Después de Euskadi vendrá Catalunya y a continuación Galicia y todo lo demás. No quedará nada de España.
Ya me he pronunciado sobre la inoportuna elaboración de un plan que pretende resolver bilateralmente el contencioso que el nacionalismo vasco tiene con España. Pensar que España es una realidad débil, incoherente, atrasada, con la que no caben relaciones para dibujar el futuro, me parece que es desconocer el cambio espectacular que se ha producido en todo el país en los últimos veinte años. España existe y es más fuerte de lo que los nacionalismos vislumbran. Ya lo veremos.
Se pueden cometer muchos errores difíciles de enmendar en estos momentos en los que el edificio constitucional quiere someterse a revisión. Partidos políticos, obispos, tertulianos al servicio de concepciones diversas de España, empresarios… están dibujando un panorama desalentador. No hay para tanto.
Aunque en nuestra historia la religión haya sido a veces instrumentalizada a favor del fanatismo político, el fenómeno no se debe tanto a una influencia del catolicismo, que la ha tenido y mucha, sobre el carácter nacional, sino a una fuerte presión del carácter nacional sobre el catolicismo. ¿En qué parte del Nuevo Testamento se encuentra la defensa de la unidad española? No la he sabido encontrar.
En Francia, Inglaterra o Alemania, se ha constituido desde siempre una doble tradición que ejercita a lo largo de los siglos un antagonismo muy saludable. La tradición española es unilateral. No tenemos, ni hemos tenido heterodoxia basada en la fuerza creadora de la libertad. Nos hemos movido en el terreno de la bondad y la maldad de los actores principales de nuestra historia política.
Que no cunda el pánico. Se puede hablar de todo. También del plan Ibarretxe. Hay instrumentos políticos y constitucionales para poderlo hacer. Existe un Tribunal Constitucional al que se puede someter cualquier duda sobre la constitucionalidad de las decisiones políticas. Si el plan del lehendakari va a a ser rechazado por el Congreso de los Diputados, no veo el problema.
Pero claro que hay problema. Se sospecha, con razón, de que después de esta anunciada negativa del Congreso el lehendakari seguirá adelante con su consulta directa a la sociedad vasca. ¿Qué pasará entonces? El problema lo tendrá el señor Ibarretxe. Lo tendrá con España pero también con Europa. Si hasta llegar ese momento, con elecciones vascas por el medio, se lanzan todo tipo de acusaciones a los vascos y por extensión a los catalanes poco se van a tranquilizar los ánimos.
Ya sé que muchos de ustedes me pueden considerar ingenuo. Y posiblemente lo soy. Pero no veo la necesidad de tanto adjetivo, tantos miedos, tantas precauciones si las normas del estado de derecho pueden dar respuesta a todos los problemas que se plantean. Finalmente, hemos de encontrar una solución en la que todos nos podamos sentirnos cómodos. Por el camino que vamos se crearán más problemas de los que realmente existen.
Sería mejor que “no hubiera novedad”. Pero novedad la hay. Y de bastante envergadura. Es hora de utilizar la inteligencia política y no dejarse llevar por temores e incomprensiones que tienen su fundamento en un desconocimiento de la historia.