La niebla se ha enseñoreado de las tierras leridanas. Se ha hecho un silencio largo y espeso en amplias extensiones de la cuenca del Ebro. Desde la luz y claridad del litoral mediterráneo no se entiende que en el interior del país se haya apagado el sol. La quietud lo domina todo. Son días de espera angustiosa para cuantos agricultores esperan que soplen los vientos, se limpie la atmósfera y se vuelva a divisar el horizonte.
Está haciendo el frío de rigor. Un frío rodeado de humedad y de hielos que reposan sobre los olivos que parecen más abetos alpinos o escandinavos que árboles mediterráneos, plácidos, incapaces de enfrentarse a una sacudida tan severa de la naturaleza. Aguardan con cautela y resignación que nuevas y más destructivas heladas sorprendan a sus hojas todavía verdes.
Los que somos de secano, de climas que cabalgan entre las bonanzas costeras y la radicalidad de las planicies continentales con el blanco Pirineo oteando en el horizonte, tememos más al frío que a la sequía. Un verano con prolongadas sequedades, calores achicharradores, puede dañar lo inmediato, las hortalizas, el cereal que no alcanza su plenitud granada, la lozanía de las frutas. La sequía, en todo caso, añade un grado de calidad a los frutos.
Puede que haya menos cantidad, que las viñas ofrezcan cosechas diezmadas, pero un melocotón de secano, en años sin agua, tiene un sabor un una dulzura que no se encuentran en las plantaciones masivas. ¿Qué viticultor no conoce su viña sedienta, casi asfixiada por los calores, allá por el mes de septiembre, cuando los racimos adquieren ese color tostado por el sol y son una invitación para picotear unos granos en cada cepa?
El frío no ofrece estas caricias de sensibilidad y de buen gusto. El frío viene, permanece silencioso y cuando se va ha dejado la huella de la destrucción. El frío es necesario. Pero una exageración durante varios días, con la presencia suave pero insistente de nieblas que hielan las ramas de los árboles, puede ser letal. Para este año y para los próximos.
Si las nieblas son la antesala de nuevos fríos, es un mal augurio. No ha pasado todavía pero puede ocurrir. Los que saben de la inclemencia del frío dicen que el mal viene de la mano de esas nieblas movedizas, que van y vienen, que mantienen la humedad en los olivos que todavía aguantan sus aceitunas negras y por la noche las heladas secas se encargan del resto. Sorprenden a los olivares, que amanecen blancos, aplastados por el peso de la humedad helada, tristes y resignados. El mal no se advierte todavía. Pero cuando el sol reaparece las hojas se vuelven mustias. El frío se ha cobrado su tributo.
Aunque el mal no se conoce todavía, muchos olivos pueden dar señales de la agonía que están viviendo. Esos colores rojizos y negroides, apagados, anuncian una primavera triste.
Son también preocupaciones que hay que tener en cuenta y que no se amortiguan con el debate político desproporcionado que estamos viviendo estos días. Una niebla fría, movediza, puede invitar a dar golpes de ciego sin saber quien es el adversario. Podemos golpear a un amigo, a un vecino, incluso a un pariente. Las nieblas son una invitación a la calma, a volver a pensar antes de actuar.