Es arriesgado hacer análisis apresurados cuando las piezas del tablero se mueven en muchas direcciones. No es prudente hacer lecturas precipitadas porque no sabemos cómo quedará el tablero cuando los movimientos sísmicos que se están produciendo en la política española acaben dibujando un panorama que, cuando menos, será distinto del que existía antes de la entrevista entre el presidente Zapatero y el lehendakari Ibarretxe.
El plan Ibarretxe está muerto si quienes lo pueden avalar o impulsar han declarado que se encuentra en un callejón sin salida del que sólo se puede salir si se empieza a formular a partir de cero, en otras palabras, si deja de ser un plan exclusivamente nacionalista y se convierte en un proyecto pactado por todas las fuerzas políticas vascas.
Ibarretxe declaró con contundencia que la voluntad de los vascos no será sustituida por la voluntad del Partido Popular y el Partido Socialista. El lehendakari anunció con claridad que si las negociaciones sobre su plan son rechazadas por el Congreso de los Diputados o por el Gobierno dará la palabra al pueblo vasco, es decir, pondrá en marcha una consulta al margen de lo que diga la Constitución.
La declaración de la ex Batasuna de proponer una aproximación entre el gobierno y su formación ilegalizada tiene muchas lecturas. Una de ellas es salir de la tierra de nadie en la que se encuentra y poder regresar a la legalidad. Otra es que, quizás, esté en juego algo mucho más importante como una tregua etarra o el abandono definitivo y formal de las armas por parte de ETA. Una tercera podría ser el abandonar su posición vicaria respecto al nacionalismo institucional vasco que ha gobernado Euskadi durante un cuarto de siglo. Arnaldo Otegui viene a insinuar que quiere subirse al carro de la lógica política dejando su dependencia de la violencia.
Mientras todo este “puzzle” se está moviendo el presidente Zapatero se reune largamente con Mariano Rajoy que sale del encuentro con la sonrisa en la cara y avanza un pacto con los socialistas según el cual tendría que haber acuerdo entre los dos grandes partidos para cualquier reforma estaturaria o constitucional que se produzcan en el futuro.
Este pacto se puede considerar letal para los intereses de Catalunya con el pretexto histórico de que cuando los dos grandes partidos se ponen de acuerdo para la organización territorial del Estado, las ambiciones catalanas han resultado muy perjudicadas. También se puede interpretar que el Partido Popular, que no se hablaba con el nacionalismo vasco ni con el catalán en el último mandato popular, haya decidido cambiar de estrategia y sumarse con inteligencia al inevitable proceso de reformas que está en marcha. Es evidente que las reformas constitucionales tienen que contar con el apoyo del Partido Popular y sería lógico que esta cooperación se produjera previamente en las estatutarias.
Los dados están rodando y no sabemos, porque no conocemos la letra pequeña de los encuentros entre Ibarretxe y Zapatero y entre Zapatero y Rajoy, de qué lado van a caer. Hay que esperar a que acabe la jugada y ver cómo queda el mapa de relaciones entre los dos grandes partidos y los partidos nacionalistas que impulsan las reformas estatutarias.
Si el resultado fuera, ojalá, que ETA abandonara las armas formalmente estaríamos en una nueva situación que permitiría negociar con más tranquilidad y más inteligencia todo el proceso de cambios que afectan a la reforma de los estatutos y la Constitución.
Se me puede tachar de ingenuo. Pero quiero pensar que no sería mal negocio para todos el entrar en un periodo de reformas en el que todas y cada una de las partes pudieran alcanzar sus objetivos por la vía del consenso.