El discurso inaugural del presidente Bush se ha situado en la tradición liberal americana. Más de medio millón de personas desafiaron la nieve y el frío de Washington para contemplar en directo el comienzo de un segundo mandato presidencial. La libertad, la democracia, los derechos de las minorías, la defensa de los más débiles, el imperio de la ley, la defensa de la seguridad nacional, la justicia y la amistad con todos los pueblos del mundo fueron los tópicos de rigor.
Es el gran día de la democracia americana cada vez que un presidente jura su cargo. Los que recordamos lejanamente el discurso inaugural de John Kennedy en 1961 sabemos la incidencia que sus palabras tuvieron en el mundo libre en plena guerra fría. Todos los discursos inaugurales marcan las pautas del nuevo mandato.
Las palabras de George Bush tenían como telón de fondo la libertad y la seguridad. No hay libertad sin seguridad. Y al revés. El espectro de los atentados del 11 de septiembre de 2001, la guerras en Afganistán e Iraq y las relaciones con los aliados planearon sobre el mensaje presidencial. El discurso pasó por más de veinte retoques hasta su redacción final. Citas de Jefferson, Lincoln, Kennedy y Reagan adornaron el mensaje.
La seguridad en Estados Unidos depende de la libertad en otras tierras. No hay derechos humanos si no están precedidos de las libertades humanas y los que niegan la libertad a otros no merecen disfrutarla ellos mismos. Es la retórica de la democracia en un país que no ha conocido la tiranía desde su fundación hace más de dos siglos.
El sistema democrático no es una comunidad de sangre. Ni siquiera de origen dejando a cada cual la posibilidad de ejercer su libertad y escapar a las determinaciones que sufre. Esto no lo dijo Bush pero es el discurso que ha construido la tradición liberal americana. Es un estado que absorbe comunidades distintas, adopta un contrato que rige esas diferencias, unas veces según el modelo de la tolerancia y otras reforzando la unidad.
En los tiempos de la guerra fría todos los presidentes americanos intentaron proteger las libertades internas y las de los aliados. Dedicaron muchos esfuerzos personales y colectivos. Superaron todas las crisis y acudieron, con aciertos y con errores, allí donde estos conceptos se podían defender.
La diferencia de este discurso inaugural con otros que lo han precedido es que en los últimos cuatro años Estados Unidos ha sido atacado por primera vez en su propio territorio. Para defender la seguridad nacional el presidente Bush hizo algo más que trazar una estrategia para combatir el terrorismo internacional y dar caza a los autores de aquella tragedia del 11 de septiembre. Cambió la política de seguridad, introdujo la doctrina de los ataques preventivos y declaró una guerra en Iraq sin que sus causas hayan podido demostrarse.
Esta política de corte conservador ha dividido al país como no había ocurrido en el último medio siglo. Ha debilitado las relaciones con los aliados y ha puesto a ciento cincuenta mil soldados en un país en el que no son bienvenidos a pesar de haber derrocado la despreciable dictadura de Saddam Hussein. Los discursos inaugurales de presidentes demócratas y republicanos, Johnson y Nixon, tenían en el horizonte la guerra de Vietnam.
Bush se encuentra con la guerra de Iraq de la que no se sabe cuál va a ser su desenlace. Es discutible que haya democracia en Iraq a partir del próximo 30 de enero y es igualmente incierta la situación en todo Oriente Medio a partir de ahora. Es más que dudoso que el terrorismo internacional, con Bin Laden campando por sus respetos no se sabe donde, haya plegado velas después del extraordinario despliegue militar de Estados Unidos en la zona.
El presidente no parece dispuesto a cambiar el rumbo de su política. Vamos a defendernos con la ley pero no abandonaremos el uso de la fuerza cuando sea necesario, dijo en su discurso. Empieza un segundo mandato con una cierta esperanza pero con muchas incertidumbres.
La democracia liberal se opone a la tiranía, aunque intenta combatirla por medios distintos a los de los fundamentalistas. La denuncia públicamente, se niega a reconocer la legitimidad de sus gobiernos, marginando a sus países del concierto de las naciones, o recurriendo a cualquier otra iniciativa diplomática, política o económica. Bush ha priorizado el uso de la fuerza. Leyendo atentamente su discurso parece que seguirá la misma línea.
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