La declaración de alto el fuego entre Israel y la Autoridad Palestina es una nueva grieta de esperanza en el endémico conflicto entre israelíes y palestinos. Varios factores han influido en el anuncio que se hará en la cumbre del Mar Rojo con la participación del presidente de Egipto, el rey de Jordania, el primer ministro israelí y el presidente de los palestinos.
El primero y el que me parece más significativo es que Yasser Arafat ya no está y se pueden reconducir las negociaciones. Arafat era una incógnita y un enigma. Estuvo varias veces en el trance de sellar la paz con Israel y rompió la baraja sin motivos suficientes. Disponía de instituciones políticas y no supo o no quiso detener la corrupción que practicaron muchos de sus colaboradores inmediatos. Están apareciendo estos días informaciones sobre su inmensa fortuna desperdigada por bancos suizos y otros enclaves financieros.
Pero lo más importante es que no tuvo la autoridad para controlar a los grupos violentos y terroristas que hacían muy difícil llegar a un acuerdo con Ariel Sharon que respondía a todos los ataques de forma desproporcionada y vulnerando las convenciones de los derechos humanos.
Arafat ya no está y su lugar lo ocupa Mahmoud Abbas, un personaje menos carismático, más práctico y más empeñado en llegar definitivamente a algún tipo de acuerdo con Israel. Hace tres semanas que no se ha registrado violencia entre las dos partes. En buena parte se debe a que la policía palestina ha detenido los ataques de los radicales a objetivos de Israel.
Este silencio de las armas ha llevado al gobierno de Sharon a aceptar una tregua que será anunciada en la cumbre del Mar Rojo, un encuentro más en el ámbito árabe israelí que suele ser acompañado de grandes optimismos pero que siempre ha terminado con frustraciones y con una violencia renovada que se ha desatado al cabo de un tiempo.
Otro factor que ha sido importante es la gira de Condoleezza Rice por la región exponiendo las buenas intenciones de la segunda administración Bush para contribuir a terminar un conflicto que alimenta ideológica y pasionalmente a millones de árabes. Con su frágil sonrisa y su esbelta figura la nueva responsable de la política exterior norteamericana es la que más puede contribuir a un espacio de paz y convivencia entre israelíes y palestinos.
El punto más delicado de las negociaciones son los más de siete mil palestinos detenidos y encarcelados por Israel. En diciembre se concedió la libertad a más de ciento cincuenta prisioneros y ahora se ha acordado liberar a unos novecientos más. Los grupos militantes palestinos piden la liberación de muchos más para convertir la tregua actual en un alto el fuego permanente.
Ariel Sharon no lo tiene fácil en su propio gobierno si pone en libertad a palestinos acusados de participar directamente en acciones violentas. El presidente israelí, Moshe Katsav, tiene la facultad de liberar a los palestinos detenidos y ha manifestado que no piensa poner en libertad a quienes tengan “las manos manchadas de sangre”. El gobierno Sharon y Mahmoud Abbas acordarán designar un comité que negocie qué detenidos pueden beneficiarse de la libertad.
Sharon gobierna ahora en coalición con los laboristas. Pero en su propio partido del Likud y en los estamentos de la seguridad israelí no se contempla suavizar la política respecto a los detenidos palestinos. Entre los críticos a la política del primer ministro se encuentra el ministro de Finanzas, Benjamín Netanyahu, y el ministro de Exteriores, Silvan Shalom.
El conflicto entra, en cualquier caso, en la vía de la negociación que es la que tiene que llegar siempre para resolver un conflicto tan endémico. La espiral de violencia sólo genera más violencia. El que los máximos responsables de las dos partes hayan decidido hablar es una buena señal.