El príncipe Carlos va a casarse el 8 de abril con Camilla Parker Bowles en una ceremonia civil en el Castillo de Windsor. A continuación se celebrará un servicio de oración presidido por el arzobispo de Canterbury que ha aceptado el anuncio como un paso importante en la vida de los contrayentes. La desdichada vida sentimental del heredero a la corona al trono británico entra en una nueva dimensión no exenta de riesgos para la Familia Real.
La boda no tendrá el esplendor y la pompa que llevaron al altar de la catedral de Saint Paul al príncipe Carlos y a la princesa Diana en julio de 1981. No transcurrieron muchos años hasta que el amor por Camilla se convirtiera en la pesadilla del príncipe, de la Reina y de la institución monárquica. Se estableció un triángulo de amor y odio entre los tres personajes que fue alimentado por los rumores, los escándalos y las pasiones secretas.
Se precipitó el divorcio de los príncipes de Gales y Camilla Parker Bowles, que lleva el nombre de su primer marido divorciado, pasó a ser el centro de las despiadadas críticas de la prensa popular y de la opinión pública británica. Pero el tiempo todo lo olvida y Camilla, después de la muerte en accidente de la princesa Diana, fue adquiriendo carta de naturaleza hasta que hoy se ha a anunciado la boda real entre dos divorciados.
Después de la ceremonia, la señora Parker Bowles pasará a lucir el título de Duquesa de Cornualles y si un día el príncipe llega a ser coronado como rey sólo podrá ser princesa consorte. El romance entre el príncipe Carlos y su futura esposa evoca muchos paralelos en la historia de la realeza británica en el siglo pasado. Eduardo VIII abdicó en 1936 para casarse con la divorciada americana Wallis Simpson abandonando las relaciones con la realeza y residiendo hasta su muerte fuera de Inglaterra.
Aquella crisis es difícilmente repetible. La sociedad ha evolucionado y la monarquía tiene un papel institucional que no interfiere en la vida de los británicos. Al no existir una Constitución escrita que pueda aprobar o negar la legitimidad del matrimonio en vistas a la sucesión monárquica, se sabrá encontrar una fórmula que acepte un enlace sin precedentes.
Los ingleses supieron hacer siempre revoluciones y cambios que no atacaran el principio de legitimidad. Son un pueblo práctico que adaptará la situación del heredero a la corona a las instituciones. Lo que será más problemático es que este enlace sea aceptado por la opinión pública y la prensa amarilla que ha encontrado en la Familia Real una preferencia recurrente.
El anuncio de la boda volverá a fascinar a los británicos y encenderá el debate sobre si la monarquía es necesaria en Gran Bretaña, especialmente cuando sus más distinguidos miembros se asocian con los escándalos. Hace unas semanas el hijo menor del Príncipe Carlos, Harry, levantó las críticas mundiales al aparecer disfrazado con una esvástica en su brazo. El propio príncipe Carles ha sido criticado en los últimos días por beneficiarse de ventajas fiscales en sus amplias y lucrativas propiedades en Cornualles.
A pesar de las críticas y de los escándalos no es probable que una institución tan arraigada en la vida y en las costumbres británicas desaparezca como representante de la jefatura del estado. El rey Faruk de Egipto, que era un gran vividor y gastaba un humor sarcástico, decía que sólo cinco reyes tenían el trono asegurado: los cuatro de la baraja y el rey de Inglaterra. No me imagino una república británica.