La Conferencia Episcopal Española ha dado un giro inesperado al elegir presidente a Ricardo Blázquez, obispo de Bilbao, apartándose de las predicciones que señalaban a Antonio Maria Rouco Varela que se presentaba para ser reelegido por tercera vez.
Un “tal Blázquez”, como se refirió al nuevo presidente Xavier Arzalluz cuando se rumoreaba que iba a ser designado obispo de Bilbao, es un hombre que va a imprimir un nuevo estilo en la presidencia de la Conferencia Episcopal. Pocas horas después de ser elegido habló con el presidente Zapatero ofreciendo una vía de diálogo con el gobierno y condenando todo tipo de terrorismo. También abogó por la paz social en el País Vasco.
No cabe esperar grandes cambios en cuestiones de fe, moral y costumbres en el nuevo presidente de los obispos españoles. Su trayectoria en varias diócesis españoles indica que es un obispo en plena comunión con Roma y con el Papa.
Pero hay algo relevante en su personalidad a juzgar por las primeras palabras que ha pronunciado poco después de ser elegido para los próximos tres años. Al enviar su saludo cordial a “todos los cristianos de las Iglesias de España y a todos los ciudadanos”, Blázquez pretende marcar una nueva línea en la forma cómo la Iglesia española pretende recomponer algunos puentes rotos con el gobierno y con algunos sectores de la sociedad.
La identificación, a veces excesiva, de la presidencia de Antonio María Rouco con los dos gobiernos Aznar y con algunos sectores de la ejecutiva del Partido Popular, habían situado a la Iglesia, desde el punto de vista de muchos ciudadanos, en una posición radicalizada que no respondía al mensaje evangélico. Esta actitud se puso de relieve en algunos comunicados de la Conferencia Episcopal y muy en particular con la línea editorial, a veces ofensiva para los mismos creyentes, de la cadena de radio COPE de la que la Conferencia Episcopal es socio mayoritario.
No hay que deducir que la presidencia de Ricardo Blázquez tenga que estar alineada con el gobierno socialista. Pero no estará enfrentado al gobierno sin antes agotar todas las posibilidades de resolver los posibles conflictos por la vía del diálogo, del consenso y de la concordia. Ha sido un error crear un conflicto entre el Gobierno y la Iglesia a través de insinuaciones sobre las intenciones de la otra parte.
Es muy pronto para juzgar la nueva etapa de la Conferencia Episcopal tras la elección de Ricardo Blázquez. Pero un obispo que entró en Bilbao con las críticas despectivas del nacionalismo vasco y que abandona la diócesis con el respeto y la consideración de los mismos que le acusaron de no ser euskaldun, es un indicio de que al nuevo presidente le interesa más construir puentes que destruirlos.
Es muy arriesgado, y quizás impropio de la Iglesia, declararse a favor o en contra de la organización territorial del Estado. Tampoco cómo el Estado tiene que combatir el terrorismo. Basta que lo condene con toda energía desde el punto de vista moral, ético y político. Es la sociedad, a través de sus instituciones políticas y judiciales, la que tiene que indicar cómo. Sólo cuando el gobierno de turno se salta las reglas de la ética y la moral es cuando la Iglesia tiene la facultad y el derecho de hacer oír su voz.
La inesperada decisión de la Conferencia Episcopal al elegir a Ricardo Blázquez es un motivo de esperanza para la convivencia de los españoles que desde la fe o desde el agnosticismo no pueden ver a la Iglesia como una institución que va en contra de alguien.