El derecho a la vida planea en el fondo del debate que se ha suscitado en Florida respecto a Terry Chiavo, una mujer de 41 años, que lleva quince años en estado de coma sin posibilidad de recuperarse. El caso ha llegado a los tribunales de Tampa y también al Congreso de Washington que en una sesión de urgencia aprobó de madrugada una ley que protegía el derecho de la señora Chiavo a seguir prolongando su vida que se encuentra en estado vegetativo.
Estoy de acuerdo en que el derecho a vivir no puede contemplar excepciones. El presidente Bush y su hermano gobernador de Florida han firmado ejecuciones de sentencias de muerte. Mientras se debatía el caso de Florida se hacían públicas cifras de miles de muertos civiles en Iraq como consecuencia de la invasión militar norteamericana. La muerte por acción de la violencia del Estado, aunque sea legal, es tan deplorable moralmente como la que pueda perpetrar un ciudadano contra otro.
Se argumenta que detrás de este debate que divide a la sociedad americana y, en cierta medida a la sociedad occidental, se encuentra un factor religioso que distorsiona el carácter cívico de la convivencia y de las leyes positivas. Es evidente que las creencias personales inciden muy directamente en la actitud pública o privada de quienes las poseen y las ejercitan. Así ha sido a lo largo de la historia en todas partes y en todas las circunstancias.
Pero sin entrar en la complejidad legal, política o religiosa del caso Terry Chiavo me atengo a lo que me decía un profesor de Derecho hace ya muchos años cuando afirmaba que “cada persona es el sujeto único e irrepetible de su propia historia”. Nadie puede decidir por él en cuestiones tan trascedentes como es el nacer y el morir. El ordenamiento jurídico contempla la hipótesis de incapacidad nombrando un tutor por el propio interesado o por un juez competente en la materia y en el caso.
Se da la paradoja de que la persona que ha pedido desentubar a la señora Chiavo es su marido que vive maritalmente con otra persona desde hace diez años. Los padres y el hermano de la enferma en estado de coma son los que piden que su vida continue aunque sea en condiciones puramente vegetativas. Si tuviera que escoger entre la posición de los dos bandos me quedaría con el sentimiento y la voluntad de los padres y el hermano de la enferma terminal.
Es triste que este debate se desarrolle con las imágenes de una señora que no puede decidir por sí misma y que nos muestra su deteriorado estado moviendo a la compasión a cientos de millones de ciudadanos del mundo. En cualquier caso, la discusión global sobrepasa su lamentable situación física y llega al punto crucial , que no pueden resolver las leyes, sobre el comienzo y el fin de la vida humana.