Una sensación de derrota recorre Europa tras el descarrilamiento de la Constitución por la negativa de franceses y holandeses a aceptarla. El proyecto constitucional habrá que archivarlo y pensar qué alternativas son posibles para no tirar por la borda cuanto se ha conseguido.
Los diagnósticos son pesimistas. Son especialmente contundentes los análisis que llegan de Estados Unidos para recordarnos que Europa está enferma, que no tiene líderes y que la Constitución es el féretro simbólico de un continente en agonía. Europa, dicen, ha vuelto donde solía. A los enfrentamientos, a las pugnas nacionalistas entre estados, al egoismo de unos contra la avaricia de otros y a un sálvese quien pueda.
Pero no es así por mucho que se empeñen quienes quisieran fragmentar política y económicamente una realidad que no se ha impuesto por nadie sino que ha sido voluntariamente aceptada por todos los que forman parte de la Unión. La historia de Europa se ha construido sobre las cenizas de la guerra, de las pugnas entre protestantes y católicos, entre los reyes y súbditos, entre ricos y pobres y sobre las hegemonías que han gravitado cíclicamente sobre el norte y el sur.
La Europa de hoy descansa sobre acuerdos pactados y respetando la voluntad y los intereses de los grandes y pequeños. Las fronteras han caído sin que intervinieran ejércitos y el euro se mantiene fuerte a pesar de las convulsiones de estas semanas. Puede que los líderes no estén a la altura pero esta Europa es más un juego de complicidades para administrar los intereses comunes que un ejercicio de autoridad por dirigentes con criterios de dominio.
Europa no tiene ejércitos poderosos. Pero no está escrito en ninguna parte que la fuerza sea más efectiva que la diplomacia, el derecho y la solidaridad. Europa es multipolar como intentan serlo Rusia, China, Japón y la India.
Sería precipitado afirmar que el modelo europeo ha fracasado. Aunque atraviese ahora por una crisis muy seria, no es el modelo el que no ha funcionado sino la gestión de ese modelo. Ninguno de los diez nuevos socios se ha espantado. Ni Italia, Gran Bretaña o Francia dan señales de retirarse. Bulgaria y Rumania insisten en que se cumpla el calendario para su ingreso. Turquía sigue esperando y varias repúblicas de Asia Central tienen como aspiración lejana el pertenecer a la Unión.
Es evidente que han surgido problemas inesperados. Como otras tantas veces en el pasado. Pero lo que permanece, con todas las dificultades, es una voluntad de hacer más Europa y no menos Europa.