La conciencia de que se puede combatir con eficacia el hambre y la pobreza en el mundo ha aumentado en varias direcciones. Las manifestaciones masivas de este fin de semana para “convertir la pobreza en historia” han reunido a centenares de miles de personas en las principales capitales del mundo.
La voluntad de los países más ricos que se engloban en el G-8 van a discutir en Escocia las formas para combatir la pobreza, especialmente en África. El coronel Gaddafi ha presidido en Libia la cumbre de la Unión Africana y ha dicho a los más de cincuenta jefes de estado y de gobierno que dejen de invocar a la caridad de Occidente y se olviden de pedir limosna.
Tanto Tony Blair como su delfín Gordon Brown han avanzado ya la necesidad de establecer un Plan Marshall para África. Pero los críticos a esta fórmula indican que en los últimos años se ha depositado el equivalente a seis planes Marshall en el continente africano sin que la situación haya mejorado.
El primer mundo se ha llenado la boca de solidaridad y de promesas que no se han cumplido. África necesita recursos económicos venidos de fuera. Pero precisa sobre todo una inversión en educación y en desarollo. El primer mundo puede y debe suministrar estas ayudas. Para callar nuestra conciencia pero también para proteger los intereses globales y naturalmente los nuestros.
Las expectativas de vida se han reducido en diez años en los últimos tiempos. El Sida se extiende sin que la sanidad local e internacional consiga neutralizar la epidemia. Los muertos de la población activa añaden más improductividad a las economías nacionales. La endémica crisis africana no es una cuestión lejana. Los países ricos tenemos que tomarnos más en serio la rehabilitación humana, política y económica de un continente que envía a cientos de miles de sus hombres y mujeres a abrirse nuevos horizontes en Europa y Estados Unidos.
Tony Blair ha propuesto reducir la deuda externa de los países más endeudados y pide una nueva inversión de cincuenta mil millones de dólares. La Europa de los referéndum y de la crisis institucional parece estar más preocupada por el futuro de las instituciones y por la subvención a sus propios productos agrícolas que cientos de millones de humanos vivan en situaciones indignas.
Si para proteger el café, las hortlizas o los cereales de Estados unidos y de Europa penalizamos con tarifas desproporcionadas los productos que vienen de África o de América Latina no sólo estamos haciendo un mal negocio sino que cometemos una injusticia global.
La posición de Estados Unidos es que el mejor antídoto para la miseria africana es la instauración de gobiernos honestos, con menos corrupción, menos incompetencia y menos violencia. Las carreteras que se construyen no conducen a ninguna parte mientras que las cuentas suizas de gobernantes africanos se engordan de forma impresentable.
Es cierto que sin libertad no habrá crecimiento de ningún tipo. Y que mientras tipos como Mugabe en Zimbabue campen por sus respetos en el continente africano de nada servirán las ayudas por muy millonarias que sean.Es recurrente hablar de millones de euros, de perdón de la deuda e incluso de proyectos educativos generalizados.
Pero si todos esos remedios, aún siendo muy generosos, no sacan del pozo de la miseria a los africanos habrá que pensar en algo más sencillo. Habrá que invertir en personas físicas que tengan el coraje de trasladarse a África y vivir con los africanos, comprender su situación y, juntos, enseñarles a salir de esta espiral de pobreza. Lo que necesita África es aplicar el conocimiento que disponemos en Occidente.