El terrorismo es una forma violenta de hacer política y con su violencia defiende causas en nombre de un pueblo, una nación o una ideología. Los terroristas son muy pocos en comparación con los que dicen representar. El peligro que plantea el terrorismo es su vertiente política.
Una sociedad puede rehacerse después de una gran tragedia como la del huracán Katrina, la de los miles de muertos en las carreteras o cualquier otra catástrofe que siegue vidas humanas. Las víctimas de una bomba terrorista adquieren una nueva dimensión porque son instrumentalizadas para cambiar por la fuerza una situación política.
Si el terrorismo es una forma de hacer política es preciso combatirlo políticamente, con argumentos, y no dejarlo exclusivamente en manos de la policía o el ejército. Michael Ignatieff, en un espléndio ensayo sobre el mal menor y la ética política en tiempos de terror, establece seis tipos de terrorismo: insurrecional, el de una sola causa, el de liberación colonial, el independentista, el defensivo de una ocupación extranjera y el terrorismo global.
La historia los ha conocido y padecido todos con una sucesión de actos violentos que han causado miles de víctimas inocentes en nuestros días y en tiempos pasados. Ha habido terroristas que luego han sido primeros ministros como es el caso de Begin y Shamir en Israel. Otros han llegado a ministros o presidentes de república como Edmund de Valera en Irlanda.
La novedad está en el terrorismo global de carácter nihilista que actúa sin una sede concreta, con miles de voluntarios a la inmolación, sin ejércitos y sin estados, confuso y difuso en el mundo. En palabras de Bin Laden “es recomendable porque va contra los tiranos, agresores y enemigos de Alá”. Si la vida de un suicida puede sacrificarse, piensan, también pueden sacrificarse las vidas de los demás.
No hace falta recordar el gran error que comportó ir a una guerra basada en una mentira. El error se comprueba desgraciadamente cada día mientras decenas y centenares de iraquíes caen víctimas de la violencia de unos y de otros mientras la débil democracia en Bagdad es incapaz de garantizar un mínimo de orden y seguridad.
Es evidente que el mundo democrático tiene que librar batalla contra el terrorismo de corte islámico. Pero coincido con Ignatieff en que el mal menor de la respueta, una guerra por ejemplo, no puede convertirse en un mal mayor que acabe creando más problemas de los que existían.