Los africanos subsaharianos, de Mozambique y de Benin, hablaban el sábado bajo las bóvedas centenarias del monasterio de Poblet sobre cómo se ve Europa desde África.Eusebio Macete y Parfait Atchadé, doctorandos en Barcelona, no han saltado las vallas vergonzosas de Melilla ni han venido en pateras. Han sido educados en sus respectivos países, hablan varios idiomas y tienen un expediente académico construido con gran esfuerzo.
Buscan fórmulas y proyectos para que sus países puedan salir del hoyo de la miseria y alcanzar una vida personal y colectiva dignas.Tuve el privilegio de moderar la mesa redonda sobre la mirada africana sobre Europa en la que participó también Bru Rovira, seguramente el periodista que mejor conoce las desgarradoras realidades del continente africano.
Era la segunda jornada que el Císter pobletiano organizaba en el real monasterio bajo el impulso del profesor Bricall. El plato fuerte del día fue la presencia y conferencia de Romano Prodi que nos habló sobre Europa, después de haber abandonado la presidencia de la Comisión de la UE y en plena campaña electoral para batirse con Berlusconi e intentar volver a ser primer ministro italiano. El abad de Poblet y el president Maragall presidieron la sesión de apertura de la jornada.
África no es un continente salvaje. Hay más de quinientos millones de personas que tienen su historia, sus ganas de vivir y propsperar, son conscientes de que Europa se ha paseado durante tres siglos por sus vastos territorios y después de los procesos de independencia a partir de los años sesenta se encuentran tan descolgados, experimentan tanta miseria, que los más atrevidos y audaces inician un proceso migratorio hacia Europa en busca de un horizonte de vital de bienestar y dignidad.
Europa levanta vallas y envía al ejército para que no pasen las fronteras. Un trasiego de personas de grandes dimensiones está en marcha. No es el primero ni será el último de la historia. En el siglo antepasado los europeos llenaban los espacios vacíos de América y Australia. Formaron allí sus nuevas patrias de las que ahora son ciudadanos. Pero la globalización ha puesto en marcha una emigración de dimensiones gigantescas. Se estima que doscientos millones de personas trabajan y viven fuera de sus respectivos países, el doble que hace solo un cuarto de siglo.
Aunque esta movida colectiva sólo supone el tres por ciento de la población mundial, lo cierto es que una emigración de esta escala ha levantado miedos en los países de acogida que temen por la pérdida de la identidad y de la seguridad pero los países de origen se quedan también sin los recursos humanos mejor preparados para sacarles del pozo de la pobreza.
Esta tendencia va a proseguir mientras el crecimiento demográfico sea más elevado en África que en Europa, mientras su economía no garantice los mínimos a los africanos y mientras los gobiernos de esos países continuen siendo tan ineficaces y corruptos.Hay una respuesta a esta crisis que sería la democratización. Pero, ¿cómo se puede democratizar un país como Mozambique si el ochenta por ciento no sabe leer?
Europa no puede tranquilizar su conciencia colectiva enviando millones de euros con proyectos y con tantas ONG que intentan resolver problemas concretos.África nos mira como referencia. Decían los ponentes africanos de Poblet que se olvidan del pasado en el que la Europa colonial convirtió al continente en campo de dominio y depredación. Necesitan educación y personas que les ayuden a salir de la miseria. Necesitan nuestra generosidad. Sino es así vendrán cada vez en mayor número y nada ni nadie les podrá detener. El problema es muy serio