Las sucesivas noches de violencia en muchas ciudades francesas han obligado al presidente de la república, Jacques Chirac, a tomar cartas en el tema, con un discurso que pide la máxima prioridad para el retorno de la seguridad y el orden público. Nada nuevo.
Es lo que había manifestado y puesto en práctica el ministro del Interior, Nicolas Sarkozy, cuando hace doce días dos jóvenes morían electrocutados al refugiarse en unas alambradas de un tranformador de electricidad al ser perseguidos por la policía.
Se puede hablar de un conflicto de orden público. Pero es un conflicto social que puede extenderse y causar uno de esas convulsiones internas a las que Francia es sometida de vez en cuando. Puede ser oportuna la conocida frase de Metternich en el Congreso de Viena al término de las guerras napoleónicas: “cuando Francia estornuda, Europa se constipa”.
Lo que ocurre en los barrios más pobres y desestructurados de las ciudades francesas, vecindades de hijos de inmigrantes francesses que hoy gozan de plena ciudadanía, puede ocurrir en Barcelona, en Berlín o en Londres. Nicolas Sarkozy ha escrito un interesante libro que leí hace unos meses. Su título es “La République, les religions, l’espérance”.
Traza un fino análisis sobre el lugar que ocupa la religión en la República. Afirma que el derecho a vivir la religión propia es tan importante como el derecho de asociación, el de la libertad de expresión o el derecho a la presunción de inocencia. Es un derecho universal a la esperanza, dice el hoy atribulado Sarkozy.
Sarkozy sostiene en su libro que la responsabilidad primera del ministro del Interior es mantener el orden público que no es un fin en sí mismo, sino la condición del ejercicio de las libertades.El ministerio del Interior no puede ser el ministerio de la represión sino el que garantiza las grandes libertades, la de reunión, de manifestación, electoral, de asociación, de circulación y también la libertad de cultos.
A los dos días de la muerte de los dos jóvenes electrocutados, Sarkozy cometió un error al que se atribuye el desencadenamiento de la violencia de estos días que ya se ha cobrado la primera víctima mortal. Dijo que iba a aplicar la ley contra la chusma que estaba perturb ando la seguridad de los franceses. Esas palabras provocaron una reacción en cadena que hoy mantiene a los barrios marginales de Francia sin control.
Pero la crisis que vive Francia es la que preocupa y perturba a las democracias consolidadas en Europa. Es una crisis que puede arrancar del concepto que algunos de los más de cinco millones de musulmanes franceses que se consideran primero musulmanes y después ciudadanos. Justo al revés de lo que pretende la filosofía republicana francesa que es la de primero ciudadanos y luego creyentes.
Europa no sabe, no sabemos, cómo afrontar este conflicto que ahora mantiene en vilo a Francia que se resume en cómo tratar a los musulmanes que consideran priorataria su religión a las leyes de ciudadanía que todos intentamos cumplir. Lo más inquietante es que los representantes oficiales de la religión musulmana se ofrecen para pacificar la situación, no tanto siguiendo las leyes y costumbres republicanas sino de acuedo con sus propios códigos cívicos y morales.
Hay un conflicto religioso de fondo al que se añade la incapacidad de estos franceses hijos de inmigrantes de subir en la escala social y abandonar los guetos humanos y laborales en los que se encuentran porque la acomodada sociedad francesa, alemana, británica o española, les cierra las puertas. El conflicto era inevitable. Va a saltar las fronteras francesas.