En las primeras escenas de “Match Point”, la última película dirigida por Woody Allen, aparece fugazmente alguien leyendo “Crimen y Castigo” de Dostoievsky. Ya se vislumbra que se perpetrará algún asesinato y que el criminal, el Raskalnikov de San Petersburgo, entrará en un transtorno psicológico interno en el que al aceptar su culpa quiere intentar reconstruir una vida nueva profundizando en sus contradictorias convicciones religiosas evocando la resurrección de Lázaro.
Busca su redención legal confesando su delito pero quiere su redención moral ante Dios. El asesinato de la vieja de Raskalnikov se comete al principio de la novela en aquella tenebrosa casa de San Petersburgo mientras que en la película de Woody Allen hay dos asesinatos que se perpetran casi al final del relato.
Allen utiliza a Dostoievsky como coartada y no como guión necesario. Juega con el concepto napoleónico de que la suerte hacía buenos a sus generales y no sus dotes militares. No estamos en el siglo XIX sino en el XXI en el que nos viene a decir que es mejor tener suerte que talento.
El ascenso imparable en la alta sociedad londinense de un joven profesor de tenis que consigue enamorar a la hija de un ricachón y situarse como ejecutivo de sus empresas pone de relieve la suerte del personaje al que la pelota tropezó en la red pero cayó al otro lado, es decir, ganó la partida.
La vida sigue de triunfo en triunfo, gustos exquisitos, casas señoriales en la campiña inglesa, cruceros por el Mediterráneo y todo lo que puede colmar las ambiciones de un joven sin gran talento que no esperaba tener tanta suerte en su existencia.
Aparece la segunda mujer, una actriz mediocre americana, bella y frustrada, sobre la que el protagonista vuelca su pasión descontrolada. Pero la doble vida es insostenible desde el momento en el que un embarazo inesperado de la americana sólo puede saldarse con la ruptura con la suerte, es decir, con abandonar la posición privilegiada que había adquirido separándose de su rica mujer.
Y el personaje quiere seguir teniendo suerte y decide salvar su posición cometiendo dos crímenes innecesarios y absurdos.Dostoievsky se movía en el terreno de la moral y de la culpa. Woody Allen reinterpreta a Raskalnikov desde la farsa y el cinismo de una sociedad en el que el “mal menor” es necesario para salvar un falso bien superior.
La coartada le sale perfecta, tiene suerte incluso cuando hay evidencias claras de que es un criminal que preparó a sangre fría sus dos asesinatos con el objeto de no destrozar una familia en la que todo es color de rosa y cuando se revela que también va a ser padre de su afortunada y encantadora esposa.
Hay daños colaterales, él mismo se refiere a ellos cuando aparecen los fantasmas de sus víctimas y le recriminan el mal causado por su frivolidad.
Surge la banalidad del mal, del que escribía Hanna Arendt al hablar de los totalitarismos, cuando se quiere justificarlo por un bien superior, el de una raza, el de una ideología o, en este caso, el de la ambición personal de un personaje que tiene suerte, carece de talento para llegar allí donde ha llegado, pero es un criminal que sale ileso de sus delitos porque la bola, incluso la del anillo que no llega a caer en las aguas del Támesis, se inclina del lado correcto de la red.
No es una comedia delirante de Woody Allen ni un drama divertido a los que nos tiene acostumbrados. Desde la cumbre de los setenta años, Allen pone el dedo en la llaga sobre el mal que sale indemne ahora y en todos los tiempos. A nadie le puede pasar desapercibido que no habla de la suerte que a todos nos sonríe o nos desprecia, sino de la maldad que sigue campando en nuestro entorno en el que el diablo se mueve con soltura y aparentemente siempre gana.
indudablemente la banalidad del mal es la figura central de las sociedades del siglo XXI, por ello el maestro reyes mate propone que, en concepto a estudiar ya no es la ciudad, sino el lager.