Me cuesta aceptar que un demócrata como José Bono, ministro de Defensa, no haya hecho comentarios sobre las elecciones legislativas del domingo en Venezuela. Le recomiendo que repase lo que ha publicado Joaquím Ibarz estos días desde Caracas en La Vanguardia. Le pido un comentario.
A Hugo Chávez, líder bolivariano, populista en trance de convertirse en dictador, se le ríen las gracias, se firman contratos para venderle armas y se valora más su potencial petrolífero que su calidad de político democrático. Algo podían decir el presidente Zapatero y el ministro Bono sobre el fraude electoral en Venezuela.
Los espacios de libertad se van haciendo muy pequeños. Chávez controla el poder judicial, el ejército y los medios de comunicación. La participación en las elecciones del domingo alcanzó el 25 por ciento del electorado lo que indica que no tiene el apoyo popular que proclama con su habitual retórica trasnochada. No sería la primera vez que una dictadura naciera en las urnas cuando el vencedor se ha saltado a la torera las reglas de juego mínimas.
Los partidos de la oposición se retiraron de la campaña una semana antes de los comicios. Las razones aducidas eran la introducción de un nuevo sistema tecnológico electoral que informatizaba totalmente el voto, hasta tal punto que se podía averiguar la identidad personal de las papeletas. Insólito.
La oposición lo tiene mal parado. Porque no está en las instituciones y porque es denostada por los medios y por las maratónicas intervenciones públicas de Chávez. El populismo bolivariano, es cierto, arranca de la catastrófica gestión de los dos partidos clásicos venezolanos que habían sostenido una de las más estables democracias latinoamericanas pero que perdieron su crédito cuando se entregaron a la corrupción y se olvidaron del bienestar de los venezolanos.
España ha de mantener relaciones estables con todo el mundo. Y ha de procurar hacer suya aquella frase de Lord Palmerston cuando dijo en el siglo antepasado que «Inglaterra no tiene amigos ni enemigos, sólo tiene intereses».
Pero es exagerado vender armas a Chávez, aunque no sean para la guerra pero pueden utilizarse internamente para perpetuarse en el poder. Si el estilo Chávez se extiende por América Latina las frágiles democracias de la región saldrán perdiendo.
La democracia petrolífera de Chávez le permite enfrentarse con Estados Unidos, confraternizar con Castro y equilibrar las cuentas de los gobiernos de Argentina, Brasil y Uruguay. El socialdemócrata Carlos Andrés Pérez pagó cara políticamente su irresponsabilidad. Pero dejó el poder porque le echaron las urnas. No será tan fácil desprenderse de Chávez.