Parece que ya llegan los Papeles de Salamanca. La Audiencia Nacional ha dado luz verde después de una semana de deliberaciones mientras los documentos permanecían en una cámara acorazada del ministerio de Cultura.
No viajan al extranjero. No es el oro de Moscú que el gobierno Negrin entregó a Stalin. Nada de eso. Simplemente es la devolución de unos papeles que fueron incautados por las tropas de Franco cuando entraron en Barcelona, un 26 de enero, el de 1939, el día en que parece que saldrán de Madrid.
No es ninguna victoria para nadie. Tampoco ninguna derrota. Simplemente es la devolución de unos documentos que tenían dueño. No sólo los de carácter institucional sino también los que pertenecían a particulares que algunos parece que se han quedado en Salamanca.
Me produce sonrojo la ira de las autoridades salmantinas intentando detener el botín antes de que llegue a Barcelona. El mismo sonrojo que me producen el alboroto, las declaraciones, la euforia política del tripartito que nos quiere presentar esta devolución como una gran obra de gobierno.
Los papeles regresan porque una ley ha obligado a que sean devueltos a sus legítimos dueños. Esto es todo. Algo extraño debe ocurrir cuando un traslado normal, con todas las garantías jurídicas y políticas, sea interpretado en Salamanca con indignación y en Barcelona con gran satisfacción .