Las corrientes de fondo importan más que los hechos puntuales. Marcan una tendencia que finalmente se va imponiendo. La victoria de Hamas en Palestina es una realidad democrática aunque sea inaceptable que un futuro gobierno no renuncie a la violencia y no retire de su programa la destrucción de Israel.
La complicidad de Hamas con la sociedad palestina va más allá de si la paz con Israel y en Oriente Medio va a ser mucho más difícil. El problema que se plantea es cómo ha de reaccionar Occidente ante el auge del islamismo radical que va tomando posesión política en muchas sociedades musulmanas.
En Egipto, en Irán, en Turquía, en Pakistán y en Arabia Saudí cuando se llama a las urnas los ciudadanos se inclinan mayoritaria o sustancialmente por partidos islámicos. El presidente Bush ha dejado dicho que garantizar la estabilidad de una sociedad a expensas de su libertad se acaba sin tener ni estabilidad ni libertad.
Estoy de acuerdo. Excepto cuando las sociedades no se rigen por los mismos criterios ni por los mismos valores que las occidentales. Desde la revolución islámica de 1979 en Teherán los principios de la religión del Corán han entrado en acción. Con violencia o en las urnas.
La política occidental ha apoyado a dictaduras de todo pelaje. En el caso de Israel, que es una democracia, el apoyo norteamericano ha pasado por encima de cualquier consideración de carácter ético o político. Se mantuvo al Sha de Persia y hoy hay un régimen en Teherán que pretende cosntruir la bomba atómica y un presidente que quiere borrar a Israel del mapa.
Hubo un tiempo en que se apoyó a Saddam para luchar contra la teocracia iraní. Ahora hay más de ciento cincuenta mil soldados norteamericanos para controlar un país cuya desestabilización corre a cargo de los partidarios de Saddam. Con el añadido de que son muchos los terroristas que están dispuestos a inmolarse en Bagdad sin que sean iraquíes y sin que entiendan qué significó el régimen dictatorial.
La solución es compleja. Pero utilizar la fuerza para mantener a regímenes corruptos que van en contra de los intereses de los ciudadanos que pretendidamente quieren proteger, conduce a resultados como los que hemos visto en Palestina.
La respuesta no puede ser militar sino política. Quizás la pretensión de que en Oriente Medio florezcan democracias parlamentarias no es sino una quimera. Enfrentar a los dos mundos es una catástrofe.
Hay que encontrar una fórmula inteligente para la convivencia, el respeto y la generosidad. Occidente depende energéticamente de Oriente. A Israel no se le puede abandonar a su suerte. La democracia en Bagdad no será nunca como la de Westminster.