El conflicto es bien simple. Una parte importante del mundo musulmán cree que está librando una guerra de civilizaciones contra Occidente, en nombre de Dios, tanto si lo aceptamos como sino.
Si en Europa aceptamos el respeto para todos, también lo tenemos que ejercitar para aquellos que viven entre nosotros y proceden de culturas muy distintas. Les tenemos que respetar.
La libertad es el motor el progreso. Pero la libertad no pisotea las libertades ajenas. No tenemos libertad para circular en sentido contrario en una autopista, ni libertad para robar, ni libertad para ofender gratuitamente a nadie.
Desde el punto de vista occidental no podemos pretender imponer la libertad en un país con casi doscientos mil soldados. En nombre de la libertad se han cometido muchos crímenes. La libertad no puede progresar sin tener en cuenta la libertad de los demás. Si es así, el choque es inevitable.
Independientemente de quien tenga razón. El antisemitismo resultó ser una perversidad. Y las burlas a las creencias cristianas no pueden convertirse en el pasaporte impune para criticar a otros.
Si uno de los logros irrevocables de la civilización occidental es la libertad no hay que utilizarla para ofender a las creencias más profundas e íntimas de los demás.
Me temo que el conflicto no ha hecho sino comenzar. Quizás tendremos que reconsiderar cuáles son las raíces de la civilización occidental. Paul Valéry decía que tenía tres pilares: la filosofía griega, el derecho romano y la religión judeo cristiana.
A veces no tenemos en cuenta ninguno de estos tres fundamentos.