Abrir un debate mientras se queman embajadas, se retiran diplomáticos y se anuncian graves enfrentamientos culturales y sociales es una forma de cerrar la puerta a cualquier discurso racional. Ciertamente no es proporcionada la respuesta tan violenta de musulmanes de tantos lugares del mundo que reaccionan con tanta rabia a la publicación de unos dibujos ofensivos a Mahoma en un periódico danés a finales de septiembre.
En Dinamarca no lo entienden y en el resto de países de cultura occidental tampoco. La libertad de expresión la tenemos tan asumida que sólo tiene los límites que marcan las leyes que derivan de las Constituciones que, a su vez, declaran como principio fundamental la libertad de expresión. Son muy escasos los periodistas o escritores condenados por lo que hayan escrito o difundido por radio o televisión.
El concepto de libertad según nuestros parámetros no es compartido por millones de musulmanes que no respetan los derechos humanos, que no tratan con dignidad a las mujeres, que no han alcanzado nuestras cotas de progreso y que no conocen la vida democrática. Es un hecho que Arabia Saudí se opone a la entrada de religiones cristianas en su territorio mientras impulsa y financia la construcción de mezquitas en cualquier parte de Europa.
Las mentes más progresistas de Occidente repiten cada dos por tres que no estamos ante un choque de civilizaciones sino ante una batalla puntual entre la democracia y el fanatismo, una consecuencia de la pobreza y la injusticia que la globalización ha hecho más patente. El primer ministro de Turquía y Rodríguez Zapatero firman hoy un artículo conjuntamente llamando al respeto y a la calma.
Aquí podemos pensar que no hay choque de civilizaciones. Pero una parte importante del mundo musulmán sí que lo piensa y actúa en consecuencia. La comunidad musulmana danesa se fue a quejar ante las autoridades políticas y ante el diario danés. La respuesta fue que la libertad es sagrada y que así funcionan las cosas en Dinamarca. Con la negativa a cuestas visitaron varios centros islámicos neurálgicos de Oriente y con la ayuda de Internet, lo que empezó siendo un conflicto local ha adquirido una peligrosa dimensión global.
Los precedentes de Salman Rushdie y el asesinato de su traductor japonés y su editor noruego, la muerte vejatoria del cineasta Theo Van Gogh en Amsterdam y la protección de políticos y escritores críticos con el Islam no son ninguna broma. El mundo occidental está asustado y tiene miedo. Los atentados con suicidas que se inmolan en Bagdad o en Israel sólo son noticia si causan muchos muertos.
El conflicto de los dibujos daneses deberá replantear una vez más si la libertad tiene límites y si esos límites pueden traspasar la libertad que los demás también quieren ejercer. Los dibujos daneses han ofendido la sensibilidad religiosa de muchos musulmanes. El derecho a la libre expresión debe preservarse pero, como todo en la vida, no puede ser absoluto.
Alguien puede gritar “fuego” en el interior de un cine o en un estadio abigarrado de gente. Pero sería un irresponsable. Pintar al Profeta con una bomba en el turbante equivale a considerar a todos los musulmanes como seguidores secretos de Bin Laden o terroristas en potencia. Y no es así.
Hay un gran desconocimiento entre las religiones monoteístas. Sobra desconfianza, hay demasiada sangre vertida en el pasado en nombre de credos, excesivas intolerancias y dogmatismos abundantes. Si en cuestión de libertades no nos podemos poner de acuerdo empezaría por la responsabilidad y el respeto mutuos. Y combatir la ignorancia, el peor de los males.