Las corrientes migratorias han configurado la historia de los pueblos. No hay fotos fijas ni situaciones estáticas en ningún estado del mundo. Incluso aquellos países que se rigen por el derecho de sangre como Israel han evolucionado con la inmigración de judíos de todos los rincones de la tierra que han aportado su larga historia cultural desde que empezó la diáspora a partir del siglo primero.
El siglo pasado conoció un masivo trasiego de hombres y mujeres de un lugar a otro del planeta. Por motivos raciales, ideológicos, políticos y económicos. Estados Unidos es el ejemplo más emblemático de cómo se construye un gran país multiétnico y multicultural con la inmigración que ha ido conformando la nación en poco más de doscientos años.
La crisis de la patata en Irlanda diezmó la pequeña isla céltica a finales del siglo antepasado con cientos de miles de irlandeses que huyeron a América empujados por la miseria. A medida que Rusia iba ensanchando su imperio los rusos ocupaban los territorios habitados por una población autóctona multisecular.
Al caer el imperio soviético con el colapso del comunismo, más de un millón de rusos emigraron a Israel por razones políticas, económicas o nacionales. Miles de alemanes regresaron a su patria y otros tantos rusos volvieron a su país.
La emigración ha podido ser legal o ilegal, por razones políticas o económicas o, simplemente, por motivos académicos o empujados por los movimientos del mercado. Las guerras han desplazado a millones de personas. Se calcula que en la actualidad hay dos cientos millones de hombres y mujeres en el mundo que viven muy lejos de su lugar de nacimiento.
La inmigración que está penetrando en nuestro país no tiene precedentes en la historia reciente. Más del diez por ciento de nuestra poblacíón real ha sobrevenido en pocos años. Las trágicas imágenes de pateras desde las costas africanas a Canarias señalan que el proceso sigue en curso.
Cuando acaben las discusiones patrias es urgente que los gobiernos central y autonómicos se pongan a trabajar en esta realidad que es una bomba de relojería si no se actúa a tiempo.
Hay que tener en cuenta dos puntos de vista, a mi juicio, básicos. Primero, no podremos estar tranquilos si todos los que viven y trabajan aquí no gozan de todos los derechos políticos y sociales. Segundo, hay que trabajar con la comunidad internacional para frenar este trasiego de personas que no podremos asumir sin graves problemas para los que estamos aquí y para los que vayan llegando.