La Reina de Inglaterra ha celebrado 80 años en plena forma y no tiene intención de abdicar a pesar de que el príncipe Carlos roza los 60 años y su señora esposa, la duquesa de Cornualles, Camilla Parker-Bowles, está pasando discretamente las pruebas de admisión en el círculo íntimo de Palacio.
Isabel II lleva 54 años reinando y no parece que pueda igualar a la soberana más longeva, la reina Victoria, que permaneció en el trono desde 1837 a 1901. La monarquía británica no ha sido fácil.
Ha habido soberanos que les han cortado el pescuezo como Carlos I, reinas que han permanecido años en la cárcel para ser finalmente condenadas a muerte como María Estuardo, líos matrimoniales, divorcios que han destronado a reyes como Eduardo VIII y, en los últimos tiempos, escándalos de opereta como la crisis de los príncipes de Gales que se saldaron con la misteriosa muerte de la princesa Diana en un accidente bajo un puente del Sena, acompañada por un jerifalte y multimillonario árabe.
La monarquía ha sobrevivido porque los ingleses han sabido hacer cambios y revoluciones que no atacaran el principio de legitimidad. El rey Faruk de Egipto, un gran vivido, decía que sólo cinco reyes tenían el trono asegurado: los cuatro de la baraja y el rey de Inglaterra.
Hace sólo dos años que parecía que la monarquía de los Windsor no sobreviviría en unos tiempos en los que el republicanismo se estaba adueñando de todos los sistemas constitucionales del mundo moderno. No sé lo que va a ocurrir a partir de ahora pero coincido con el poeta alemán Heine cuando dijo que el lugar donde le gustaría vivir si se anunciara el fin del mundo sería Inglaterra donde las cosas ocurren cien años después. La monarquía británica, en cualquier caso, será la última.
La vejez en Inglaterra no es un problema sino una virtud. Ningún pueblo es tan sensible a la belleza con que el tiempo orna las cosas. Han sido muchos los hombres de Estado viejos, gastados y pulimentados por las contradicciones. Gustan las universidades antiguas, frías, sin comodidades donde el agua caliente acaba prácticamente de ser introducida. Hay muchos británicos que consideran a la monarquía una institución absurda y caduca. Pero como la clase política también da muestras de caducidad y frivolidad, los ingleses se quedan con lo que tienen.
Recuerdo un diputado republicano en los años setenta, Hamilton creo que se llamaba, que cada vez que podía pronunciaba un discurso antimonárquico en la Cámara de los Comunes. Nadie le hacía caso a aquel excéntrico.
Una de las críticas es que los reyes son propietarios de grandes fortunas sin mérito alguno. Berlusconi es el hombre más rico de Italia y la familia Bush es multimillonaria. La otra crítica es la herencia del trono. Pero en la política de corte republicano vemos a los Bush con una presidencia para padre e hijo, a Hillary Clinton que pretende también ser presidenta siguiendo las huellas de su marido.
Respecto a la consanguinidad, la Generalitat de Catalunya está llena de hermanos y parientes por todas partes. Ségolène Royal, candidata socialista a la presidencia de Francia, es la señora de François Hollande, presidente del partido socialista francés. Los escándalos sentimentales y sexuales en la corte británica los vivieron los Clinton y los conoce Sarkozy que ha soportado la publicidad de sus turbulentas relaciones con su señora, una descendiente del músico Albéniz.
Mitterrand vivió una doble vida y ante su féretro figuraban oficialmente su señora y la hija de su amante. Los problemas de los reyes no afectan a la gobernabilidad. Son humanos que no mandan pero que representan una institución no partidista. Por eso duran y superan las crisis a pesar de sus miserias personales. Como todo el mundo.
HOA PUTA