La crisis política catalana intenta salir del laberinto en el que se encuentra con la idea asumida por muchos de que cualquier desenlace es posible. Sabemos que el Estatut está aprobado y que será sometido a referéndum el día 18 de junio. Pero no podemos añadir mucho más sin caer en la incertidumbre de lo que puede ocurrir en los próximos meses.
Las crisis políticas no son patrimonio exclusivo de esta pequeña parte de Europa. Las hay, y más serias, en Francia, en Italia, En Gran Bretaña y en Alemania. También en Estados Unidos con doscientos mil soldados en pie de guerra en tierras lejanas y con un goteo de muertes diarias en Iraq sin que se vislumbre en el horizonte una salida militar o política.
Es un tópico aceptado por muchos de que la crisis es de los políticos que forman una casta de privilegiados que se aferran a sus cargos y que no piensan en la sociedad sino en sus partidos, en sus biografías personales, en sus intereses de poca o mucha monta, en continuar satisfaciendo su vanidad para seguir en el poder.
No nos engañemos. La clase política es un espejo de la sociedad, una ventana por la que miramos al exterior y por la que contemplamos el paisaje o, cuando menos, por la que penetra la luz. Puede que la ventana esté cerrada y que la habitación esté a oscuras. También puede ocurrir que quienes podrían abrirla se refugian en su discreción, en su comodidad y en su inhibición.
Me decía ayer un ilustre notario, ya octogenario pero de una gran lucidez, que ya no cabe decir nada porque los que quieran cambiar la situación que salten al ruedo, que se comprometan, que los mejores no se refugien en los beneficios de un negocio o de una empresa y que se dediquen al servicio de la comunidad. De acuerdo.
Qué oportuno puede ser recordar la figura de Prat de la Riba que en aquel experimento de la Mancomunidad no se rodeó de los suyos sino de los mejores, de los más capacitados, de los que ponían su talento al servicio de la sociedad y no de una causa partidaria.
Abundan los profesionales de la política y sobran los que han hecho de la política una profesión para su medro personal, para servirse de ella en vez de servirla y para entrar en el circuito de la trampa, de la mentira y de la destrucción del adversario con un oportunismo a corto plazo.El país, Catalunya y España, gozan de buena salud si se comparan con nuestro entorno más inmediato. No echemos por la borda todo lo conseguido.