La experiencia sugiere que el momento más peligroso de un mal gobierno es cuando empieza a reformarse. La sacudida de la expulsión de seis miembros de Esquerra Republicana del tripartito presidido por Maragall es algo más que una reforma.
Es haber perdido por el camino una de las tres patas de una mesa que aguantaba un proyecto que se proponía ser una alternativa a la larga era de Jordi Pujol. Ahora la mesa se sostiene por que la apuntala el sucesor de Pujol hasta que se convoquen nuevas elecciones antes de que termine el año.
Estamos en campaña. Primero para que se apruebe el Estatut en el referéndum del 18 de junio. No sé que harán los catalanes ese día. Ni sé cuántos acudirán a las urnas. La historia demuestra que en los referendums la respuesta puede no guardar relación alguna con la pregunta. La noche del recuento será difícil atribuirse la paternidad de los votos positivos, negativos o en blanco. Las derrotas son huérfanas mientras que las victorias tiene muchos padres y madres. El Sí caerá en el capazo de los tres partidos que lo propugnan, dos en el gobierno casi interino y CiU. El No será más difícil de contabilizar porque las razones de sus impulsores son contrapuestas.
Recurriendo a una metáfora rural diría que el no de los republicanos es el de aquel que no quiere ir a recoger el fruto porque la cosecha no es total, plena y absoluta. La negativa de los populares es la de aquellos que, pase lo que pase, no irán a segar porque no vale la pena, porque no quieren, porque consideran que el fruto es defectuoso y no merece ser llevado al mercado. Será difícil discernir entre estos dos posicionamientos negativos diametralmente opuestos.
Pero el referéndum será la penúltima secuencia de la vida de un tripartito, ahora sólo es cuestión de dos, que será finalmente juzgado por los catalanes cuando se convoquen las elecciones.Me parecen apresuradas las conclusiones que algunos partidos están transmitiendo a la opinión pública. Que nadie se engañe y que nadie se coma osos antes de cazarlos. La vida es dura y no digamos la accidentada existencia de un político sometida siempre a una alta e imprivisible siniestralidad. La cautela es siempre aconsejable.
El entusiasmo de los amigos o enemigos puede encumbrar al político o hundirlo en el pozo de la indiferencia. Por muchos que sean sus partidarios son siempre más numerosos sus adversarios. De todas las latitudes y de todas las gamas. Lo más determinante es la adhesión de los enemigos que suele traducirse en respeto. El hecho es que en Catalunya hemos tenido dos crisis de gobierno en un mes, que nos acercamos a un referéndum para abrir a continuación una campaña electoral que tendrá que desembocar en la composición del nuevo gobierno del país.
Es arriesgado hacer pronósticos en un panorama tan plural y diverso como el catalán. Al final, será cuestión de matemáticas puesto que no está previsto que un sólo partido consiga la mitad más uno de los escaños parlamentarios.
Habrá que pactar. Maragall, en esta hora de platos rotos, asegura que sigue compartiendo un proyecto político con Esquerra que ha sido expulsada del ejecutivo. Muy extraño. La otra posibilidad es una coalición de los dos grandes, convergentes y socialistas, teniendo presente que el próximo president sería el que más escaños consiguiera.
Los políticos hablan mucho. Y los periodistas todavía más. Pero el que habla el último y sentencia la jugada es el electorado que querrá decir la suya y juzgar en la intimidad de la urna lo que quiere para Catalunya en los próximos cuatro años. Estamos, como en el baloncesto, en el último cuarto del partido. Todo es posible.
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