Escribir la autobiografía novelada de un filósofo es un riesgo que sólo pueden correr quienes saben un poco de filosofía y pueden leer y comprender las lenguas que han utilizado los grandes pensadores de la cultura occidental.
Me entero ahora que Antonio Priante es miembro activo del “Circulus Latinus Barcinonensis”, un club selecto de amigos y estudiosos del mundo clásico que se comunican normalmente en latín. Hace unos años tomé unas notas de uno de sus libros, “La Encina de Mario”, que cité en un artículo en el soporte digital de La Vanguardia, sin recordar que se trataba de una autobiografía novelada de Cicerón, un relato ciertamente interesante y enriquecedor.
Nos intercambiamos varios correos, sutiles y civilizados, y me dió la impresión de que él comprendió que un periodista daba de sí lo que daba y que no había que preocuparse más. Y ahí lo dejamos aunque me repitió su sorpresa de que un libro que había pasado desapercibido por la crítica hubiera merecido mi atención.
Este fin de semana he leído de un tirón otra pieza de Antonio Priante, “El silencio de Goethe o la última noche de Arthur Schopenhauer”, que me ha vuelto a sorprender. Primero por su claridad y por su conocimiento de Schopenhauer, de Goethe y del pensamiento filosófico y literario del siglo antepasado.
Segundo porque me han emocionado las páginas en las que el filósofo le echa en cara a Eckermann, otro redescubrimiento de Jaume Vallcorba en El Acantilado, que no mencionara a Schopenhauer en sus conversaciones íntimas y personales con Goethe. El poeta romántico de Weimar, a sus 66 años, había conocido al joven Schopenhauer cuando tenía 25. Se habían tratado y el joven le había entregado al genio su obra que leyó pero no le dió su opinión.
El pobre Eckermann, un simple secretario que anotaba como un rutinario amanuense todo lo que salía de la boca de Goethe, no menciona a Schopenhauer ni una sola vez en sus largas confidencias con el autor de Werther. No es posible. El silencio de los maestros, de los amigos, de los que sabemos que leen lo poco o mucho que escribimos es insoportable.
No soy filósofo ni pensador y sería una temeridad ponerme ahora a valorar la obra de Schopenhauer. Pero aquel misterioso silencio de Goethe perseguiría al filósofo hasta casi nuestros días. Alrededor de Schopenhauer se organizó en el mundo académico un complot de silencio contra el cual reaccionó con furia y destemplanza.
Schopenhauer es un pensador que tanto defiende la abolición de la esclavitud como cuestiona la inteligencia de las mujeres. Arrasa con todos los tópicos sobre las bondades de los pueblos europeos y afirma que prefiere la compañía de su perro a la de los humanos. Antes de morir, cita de pasada que le da vergüenza ser alemán.
Escribía de la ética de la compasión pero era contrario a cualquier cambio revolucionario o ruptura social. Su obra puede considerarse como un intento de hacer comprensible a Kant, nacido en Königsberg, cercana a Gdansk en la que nació Schopenhauer.
El filósofo pidió por todos los medios que Goethe se pronunciara sobre su obra principal. Y no lo hizo. Se fue a la tumba con este pesar de la misma manera que Kafka, cuando murió en 1924, sólo había vendido unos doscientos libros de los que había publicado aunque para los lectores que habían llegado a conocer los breves trozos de su prosa estaba fuera de toda duda que era uno de los maestros de la literatura moderna.
El silencio de los maestros que uno tiene como referencia es doloroso. Especialmente cuando el alumno, como es el caso de Schopenhauer, tiene tanta o más categoría intelectual que su admirado maestro, el gran Goethe.
Hermosa entrada, señor Foix. Y justísima. Lástima que me haya convertido a Goethe en un romántico.
¿Por qué será que en España consideramos románticos a Goethe y Schiller cuando son el modelo perfecto, y el germen, del clasicismo?