No se sabe exactamente qué pueden hacer unas veinte personas reunidas en el antiguo monasterio de Sant Benet de Bages, a punto de ser restaurado, en pleno estío, hablando de los retos del liderazgo a lo largo de todo un día.
Lo que dijimos la mayoría de participantes tuvo una importancia relativa. Lo que importaba era que dos personajes que han sido líderes relevantes contaron suculentas experiencias de su paso por el poder en el marco de la cátedra que Esade y Caixa de Manresa impulsan sobre el liderazgo y la gobernancia democrática.
Felipe González y Jordi Pujol rebozan optimismo realista. El optimismo no puede ser profesional, decía el ex presidente del gobierno, que denunciaba el discurso ideológico de muchos líderes, no sé en quién estaría pensando, que se revisten de una coraza para ocultar su falta de ideas. Felipe es tildado de pragmático en el mundo latino y de idealista en los ambientes anglosajones. Un visionario realista que contempla la política en el mundo próximo y lejano como un jugador de los Mundiales que observa frustrado un balón que se pierde por la línea de fondo.
El mundo que vive en tiempo real ha cambiado más que las cúpulas de los partidos y los gobiernos que no sintonizan con una sociedad que va por delante de sus dirigentes. Es la crisis de las democracias occidentales, acomodadas pero temerosas, poderosas e inseguras, que saben que será difícil mantener el nivel adquirido y que no saben qué ni cómo será el mañana. El problema y el encanto de Europa, dijo González, es su dulce decadencia. Parecía que leía las profecías de Spengler, afortunadamente incumplidas.
La complicidad entre González y Pujol viene de lejos, quizás fruto de sus conocidas y en algún momento amargas controversias. Sus visiones no coinciden pero se complementan. Pujol nos dijo que el liderazgo comporta a veces no asumir los valores dominantes, tener coraje, un punto de mística y saber subrayar las pequeñas victorias cuando las cosas van realmente mal. Nos confirmó que no tiene “hobbbies” como los tiene Felipe y que una vez que se sentía afligido no se entretuvo en escuchar a Mozart o a Bach sino que se fue a ver una granja de caracoles que funcionaba bien y así remontó su desánimo.
Citó al miedo como un peligro para el líder que atraviesa situaciones difíciles. Recordó a Roosevelt con aquel no tengais miedo al miedo y a Juan Pablo II con no tengais miedo al inaugurar su pontificado. Descubrimos dos de sus referentes europeos: Tony Blair que está de capa caída y Ségolène Royal que sube en Francia.
Fue un día bien interesante en el que dos biografías políticas intercambiaban experiencias, frustraciones y éxitos. Miran al futuro con esperanza. A pesar de todo y de todos.