Hace ya mucho tiempo leí unos cuantos libros sobre la guerra civil española y los acontecimientos históricos que la precedieron. Recuerdo la de Hugh Thomas que tuvo un gran impacto entre quienes buscábamos una explicación de cuanto había ocurrido desde la distancia y el apartidismo.
También leí los tres tomos de una biografía de Cambó, libro de Jesús Pabón, muy recomendable todavía hoy, y los «Tres días de julio» de Luís Romero, un recuento exhaustivo y documentado sobre lo que ocurrió en los tres primeros fatídicos días en numerosas ciudades españolas, en las que triunfó el alzamiento y en las que fueron fieles a la República.
Como aficionado a la historia he leído también a Jaume Vicens Vives, a Pierre Vilar, Paul Preston, muchas memorias de los principales actores del conflicto, la de Carles Pi Sunyer, la excelente biografía del general Batet de Hilari Raguer, Stanley Payne, Albert Manent, Solé Sabaté, las reflexiones de Azaña, Borja de Riquer, Josep Fontana, Josep Termes, Santos Julià y una larga lista de títulos, desde posiciones bien diversas, que ocupan muchas estanterías de mi casa.
El último ha sido la guerra civil española de Anthony Beavor, un trabajo excelente y puesto al día. Me atrevo a decir que tengo una cierta idea, incompleta por supuesto, de lo que ocurrió.
Me acuerdo también de la influencia que ejercieron las lecturas de tres ensayos históricos sobre España de Salvador de Madariaga, Américo Castro y Sánchez Albornoz, los tres en el bando perdedor, los dos últimos enfrentados dialécticamente hasta que dejaron el mundo de los vivos.
En una entrevista con Sánchez Albornoz en su residencia de Buenos Aires, anciano ya, me dijo que “la flor de la guerra civil es infecunda”.
La historia es lo que fue y no lo que se quiere que hubiera sido. Y este veredicto, en permanente revisión, está en manos de los historiadores que manejan fuentes y datos hasta ahora desconocidos.
En ningún caso un gobierno puede atribuirse esta facultad porque se corre el riesgo de que se borren figuras importantes, como comprobó dramáticamente Trotsky que fue asesinado por encargo por un catalán en México, después de que Stalin lo borrara previamente de todas las enciclopedias y sus fotografías desaparecieran.
Mañana el gobierno Zapatero va a aprobar un proyecto de ley sobre la memoria histórica. Déjenlo para los historiadores. Hay tantas memorias. Les invito a que lean a Santos Julià en la Revista de Occidente. Dice que imponer una memoria histórica es propio de regímenes totalitarios. Coincido.