La política catalana ha dado un inesperado giro con la designación del alcalde Joan Clos como sucesor de José Montilla en la cartera de Industria del gobierno Zapatero. Ha sido una noticia que ha dormido durante semanas en las mentes de media docena de protagonistas implicados directa o indirectamente en esta decisión.
Al mundo periodístico y político nos ha cogido con el paso cambiado. El alcalde de la ciudad más importante gobernada por los socialistas se va al gobierno de Madrid, siguiendo las huellas que en 1982 trazó Narcís Serra convirtiéndose en el ministro de Defensa del gobierno de Felipe González. Lluís Companys fue alcalde de Barcelona unos días tras las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 para ocupar el cargo de gobernador civil el día 16 y ser designado ministro de Marina de junio a noviembre de 1933, cuando las derechas ganaron las elecciones.
Se puede analizar la nueva situación en clave municipal barcelonesa o en términos de política catalana y española. Atando todos los cabos recogidos en estas horas es un movimiento de piezas que va a tener consecuencias en las elecciones autonómicas, municipales y españolas.
La primera incógnita es descifrar si la decisión es obra del ministro Montilla que convence a Zapatero o es el presidente del gobierno el que sugiere a su ministro de Industria que su sucesor catalán tiene que ser el alcalde de Barcelona.
La valoración de sus nueve años como alcalde es prematura. El Forum de las Culturas fue un fracaso desde el punto de vista de sus contenidos pero ha transformado una parte de la ciudad que no tiene que avergonzarse de aquel barrio cutre y miserable que hoy es transitado con cierto orgullo por los barceloneses y por los millones de visitantes que recorren en tropel las avenidas junto al mar.
Barcelona atrae buena parte del turismo internacional y nacional que llega a España. El “National Geographic Magazine” de septiembre sitúa a Barcelona entre las diez ciudades del mundo que merecen una visita.
Joan Clos no ha conseguido eliminar las bolsas de pobreza de la ciudad, la limpieza deja mucho que desear y la seguridad es una preocupación de los que vivimos aquí y de los que nos visitan. Barcelona es la ciudad más cara de España, los jóvenes huyen en busca de viviendas asequibles y el tráfico es caótico.
Pero ya se encargará Xavier Trias que tiene la legítima aspiración a ser el primer alcalde nacionalista de la ciudad, a airear las carencias, que las hay, de la era Clos.
De todo este movimiento de peones auspiciado por Montilla o Zapatero hay una pieza que no me cuadra. No sé si los socialistas catalanes han valorado la figura de Jordi Hereu para darlo a conocer a los barceloneses en sólo nueve meses, al margen de sus méritos o deméritos.
Sea como fuere, el ministro Montilla es suplido por un político conocido que no tomará decisiones importantes sin consultar con su antecesor. Joan Clos ha utilizado una expresión dantesca al bromear sobre su inmediato futuro diciendo que “me voy al infierno”. No le esperan caricias en Madrid sino disparos por tierra, mar y aire desde los frentes mediáticos conservadores de la capital.
El aparato del PSC se ha hecho con el control absoluto del socialismo catalán. Los “nois de Sant Gervasi” han pasado a mejor vida políticamente hablando. Montilla no es la alegría de la huerta y tendrá que envolverse muchas veces con la bandera catalana para ir primero en las elecciones. Zapatero puede ser un activo electoral pero también un veneno si se detecta que es Ferraz y no Nicaragua quien manda en el socialismo catalán.La jugada, sobre el papel, parece de póker. Pero sólo sabremos si ha sido acertada la noche de Todos los Santos.