Los que estuvieron en la campa leonesa de Rodiezmo en olor de multitudes de mineros pudieron comprobar la euforia del presidente Zapatero al comenzar la tercera temporada de su mandato al frente del gobierno.
Las secuencias de las imágenes eran exultantes. La economía crece por encima de la media europea, las pensiones más bajas subirán el doble de la media, España enviará unos mil soldados al sur de Líbano, en son de paz y no de guerra, la derecha está arrinconada en su nostalgia y la victoria en las elecciones previstas para 2008 está prácticamente descontada si no se produce un altibajo.
Vivimos en el país de las maravillas, un país sin problemas, que avanza, que crea empleo y que tiene una voz autónoma en el mundo. Me inquieta tanto triunfalismo mientras los dos grandes proyectos de esta legislatura, la paz con ETA y la nueva estructura territorial del Estado, tienen un recorrido y un final inciertos.
Mientras el presidente hablaba en las campas leonesas la selección española de baloncesto conquistaba por primera vez la copa del mundo, viento en popa a toda vela, a pesar de que más de un millar de subsaharianos arriesgaban sus vidas en esos momentos para alcanzar las islas Canarias.
Los viajes de María Teresa Fernández de la Vega por varias capitales europeas no han conseguido que la Unión tomara conciencia del agujero africano de inmigrantes que revela tanta desesperación y miseria de los que se juegan sus vidas para alcanzar horizontes vitales más dignos.La voz autónoma del presidente Zapatero consiste en no moverse de la península, ajeno a las grandes corrientes políticas que circulan por el mundo, contentándose finalmente en reunir a un numeroso grupo de embajadores para discutir la tragedia que afecta a tantos miles de personas que vergonzosamente llegan a nuestras costas.
En un mundo inevitablemente globalizado la autonomía de que presume el presidente del gobierno es una actitud arriesgada. Recuerdo el gran salto que dió España a mitad de los ochenta, con un gobierno socialista que por definición histórica es internacionalista, cuando el país entró en los grandes clubes internacionales de los que había estado ausente durante más de dos siglos.
Se ingresó en la Unión Europea, en la Alianza Atlántica, en todos los foros democráticos del mundo. A pesar de los incuestionables éxitos del gobierno Zapatero, la realidad es que las relaciones con nuestros socios naturales no son excelentes. No ha habido un encuentro con el presidente norteamericano, Israel no cuenta a España entre sus amigos y las tensiones con el Vaticano son evidentes. Los vínculos personales y políticos con Tony Blair, Ángela Merkel y Jacques Chirac no pasan de la cordialidad que se estila entre jefes de gobierno. Me temo que la autonomía de Zapatero sea más bien un cierto aislamiento que su antecesor, Felipe González, supo superar manteniendo contactos sólidos y fluidos con Mitterrand, Reagan, Thatcher y Kohl.
Me parece oportuno el compromiso de Zapatero al enviar tropas españolas al Líbano, como la presencia de soldados en Afganistán, América Central, Bosnia y otros enclaves de los conflictos mundiales en los que con mandato de las Naciones Unidas se participa en misiones de paz. Pero tengo la sensación de que estas decisiones pueden responder a hacerse perdonar la mediocre política exterior del gobierno español en los últimos tres años. En las relaciones internacionales es muy difícil recuperar el tiempo perdido.
Por último, quisiera sugerir a Mariano Rajoy que es mucho mejor que nuestras tropas estén desplazadas en misiones de paz por el mundo que se dediquen a salvar la patria, como han venido haciendo en los dos últimos siglos.