En tiempos de guerra hay que saber donde están los enemigos. Pero también los amigos. Decía Churchill que no hay nada peor respecto a los aliados que no tenerlos.
Vivimos en plena explosión del conocimiento global. Los secretos en política existen. Pero acaban sabiéndose más pronto que tarde. Hungría es un triste ejemplo de esta semana. Los secretos circulan entre los gobiernos. Entre aliados y entre adversarios. El espionaje está bien patente en la Biblia cuando hace aproximadamente seis mil años Josué envió a unos personajes a explorar Jericó.
Ahora nos dice el general Musharraf, presidente de Pakistán, país aliado de Estados Unidos, que un alto cargo de la Casa Blanca llamó al jefe de la inteligencia pakistaní para pedirle colaboración en la guerra que se preparaba para derrocar a los talibanes de Afganistán.
Se trataba de Richard Armitage que en nombre de la Casa Blanca advertía a Pakistán que si no colaboraba con la guerra contra los talibanes de Kabul podía ser recibir la visita devastadora de la bomba nuclear que devolvería a Pakistán «a la edad de piedra».
Musharraf se sorprendió por la brutalidad de la amenaza pero acabó cediendo el espacio aéreo a la flota aérea norteamericana. La única condición a la que no cedió fue la de prohibir las manifestaciones de paquistaníes contra Estados Unidos.
La alianza entre Washington y Pakistán no es de carácter político sino estratégico y militar. Como la que mantienen Estados Unidos y Arabia Saudí.
No deja de ser paradójico que sea en la frontera entre Pakistán y Afganistán donde supuestamente se esconde Osama Bin Laden. La guerra de Iraq fue una demostración de fuerza. La de Afganistán era el primer golpe contra el terrorismo internacional. En los dos países hay inestabilidad, tropas extranjeras, conflictos civiles y un futuro muy incierto.
Las guerras no son un juego de naipes. Una vez se ponen en marcha, vale todo. La mentira y la trampa, los abusos, las torturas y las traiciones.
Lo que ocurre es que en las democracias todo se acaba sabiendo y los líderes que pusieron en marcha el conflicto tienen que dar cuenta a su opinión pública y, eventualmente, en las urnas. Cuando las democracias creen tener la razón en una guerra son implacables. Pero cuando la pierden, sus gobiernos son más vulnerables que los enemigos que supuestamente derrotaron.
Me gustaría conocer los detalles de la conversación que el presidente Bush y el general Musharraf mantendrán hoy en Washington. Son aliados de conveniencia que comparten estrategias y criterios militares. Y nada más.
No transcurrirá mucho tiempo para enterarnos de las miserias y abusos de esta guerra que, como todas, son el paradigma de la irracionalidad y del juego sucio. La guerra no se ha inventado ahora. Pero es la más inhumana de las soluciones de los conflictos.