Quiero insistir sobre la muerte de Anna Politkovskaya que fue asesinada en su apartamento de Moscú el sábado por la noche. Es la periodista número trece que es asesinada desde que el ex agente del KGB, Vladimir Putin, llegó al Kremlin como presidente de Rusia.
El periodismo es una profesión de alto riesgo en el mundo. Los tres países más peligrosos para la siempre denostada profesión son, por este orden, Iraq, Argelia y Rusia, según el Comité para la Protección de Periodistas con sede en Nueva York.
Cuando Putin invade Chechenia en 1999 pretende eliminar a unos dos mil terroristas que quieeren la independencia para su país. Envía sus bombarderos, sus carros de combate y cien mil soldados al asalto de uná nación que no es más grande que la provincia de Barcelona y habitado por un millón de personas.
Arrasa la capital, Grozny, y desata una de las guerras más sangrientas que se libran en el mundo. Han muerto cuarenta mil niños, sin imágenes, por la noche y entre la niebla. Chechenia es un país a puerta cerrada, cerrado a cal y canto, donde sólo han penetrado periodistas muy valientes.
Anna Politkovskaya era una de ellas. Desafió a la censura, a los controles militares, a los gobiernos impuestos por Moscú y recorrió todo el país. Escribió lo que veía, contaba la desmesurada lucha antiterrorista y las carnicerías humanas perpetradas en nombre de la soberanía rusa sobre Chechenia. Si semejante destrucción de vidas se puede cometer en nombre de una razón de estado, cabría preguntarse por qué los británicos no arrasaron Belfast, los españoles Bilbao y los franceses Argel en los últimos cincuenta años.
El periodismo en tiempos de guerra es un riesgo que muy pocos quieren correr en unos tiempos en los que los soldados ya no están en la primera línea del frente sino que son los informadores los que reciben el impacto de los disparos que eliminan al mensajero.
Estoy acabando la lectura del libro de otro corresponsal de guerra ruso, Vasili Grossman, que Anthony Beevor, ha publicado incluyendo su diario personal que no guardaba relación alguna con las crónicas que publicaba en el semanario Estrella Roja en las dramáticas batallas de Stalingrado y demás frentes con los ejércitos de Hitler. Ya se sabe que la primera víctima de la guerra es la verdad. Pero no hasta el punto de que el silencio y el apagón informativo se produzca en un conflicto tan inhumano como el que se libra en Chechenia.
Varios centenares de moscovitas se han concentrado en el lugar del asesinato de Anna Politkosvskaya cubriendo de flores y dedicatorias la fotografía de la periodista asesinada. Pero el Kremlin no ha emitido ni un comunicado.
El asesinato de la periodista de 48 años es un nuevo revés para la libertad de expresión que ya está muy restringida en Rusia. Politkovskaya hablaba de los abusos y barbaridades de la guerra, tanto por parte de los soldados rusos como por las facciones chechenas entre sí. No era una periodista facciosa sino simplemente una persona que pretendía explicar lo que pasaba en la desdichada Chechenia.
La guerra contra el terrorismo declarada por el presidente Bush tiene una explicación pero no es aceptable su estrategia. El invasor declara terroristas a todos los combatyientes sin unifrome contra otros de uniforme. Es la definición de Napoleón al hablar de las guerrillas españolas y rusas y la de los nazis frente a los movimientos de resistencia en los Balcanes.
A Vladimir Putin no se le puede tolerar todo porque lucha contra el terrorismo checheno. La desproporción entre los medios utilizados y el fin que se quiere alcanzar no es de recibo.
El asesinato de Politkovskaya cubre de oscuridad lo que ocurre y pueda ocurrir en Chechenia.