La corrección política nos persigue. La libertad es erosionada en muchas partes del planeta. Anna Politkovskaya murió asesinada en Moscú por revelar las fechorías y crímenes cometidos por el ejército ruso en Chechenia.
El Nobel de Literatura ha sido otorgado a un escritor turco, Orhan Pamuk, que representa la tradición secular, republicana y europeísta que intentó imponer Atatürk en los años veinte. Pero el premio a Pamuk no fue festejado con cohetes en Ankara o Estambul. Ha escrito cosas que la gente no quiere oir.
La revista Lancet acaba de publicar que desde la invasión de Iraq en 2003 han muerto 600.000 personas. Era una guerra en contra de las armas de destrucción masiva. No está mal la cifra de víctimas para advertir que la destrucción masiva se ha producido, pero no en los países que fueron a la guerra para impedirla. Se ha perpetrado en Iraq.
Llega la Asamblea Nacional de Francia y aprueba una ley que convierte en delito el negar el genocidio sufrido por el pueblo armenio por parte de los turcos otomanos en 1915. La verdad no está en los parlamentos, meros instrumentos para vehicular los intereses contrapuestos de los ciudadanos, la verdad está en la historia.
Una historia que no tiene una foto fija sino que evoluciona a medida que surgen nuevos datos, interpretaciones nuevas, matices desconocidos hasta ahora. Vicens Vives decía que la historia no se hace sino que se rehace.
Para condenar a Turquía por el genocidio de los armenios no necesito a ningún parlamento que me lo indique. Me basta la historia que así lo certifica.
La historia ha abierto heridas muy profundas. Quien quiera urgar en ellas causará más desgracias. Sólo con la superación de la historia se puede observar el futuro con un cierto optimismo.
La mentira tiene más predicamento que la verdad. Y sobre mentiras se declaran guerras. Cuando alguien se acoge a la libertad y dice lo que piensa, es sospechoso de todos los males. A veces se paga con la vida. Otras con el desprecio, la burla o el silencio administrativo.