Anthony Beevor nos va suministrando libros documentados sobre las guerras del siglo pasado. Con una visión nueva, fresca, tranquila, su mirada sobre la batalla de Stalingrado, la caída de Berlín, la Guerra Civil española, la resistencia en la isla de Creta, el París después de la liberación se han traducido en libros imprescindibles.
Acabo de leer “Un escritor en guerra. Vasili Grossman en el Ejército Rojo”, una versión desconocida en Occidente sobre cómo los ejércitos de Stalin se enfrentaron a Hitler en la llamada gran guerra patriótica. Beevor ha consultado sus crónicas en “Estrella Roja” pero lo más interesante del libro es la publicación de los cuadernos que servirían de base para la publicación de su novela “Vida y Destino” y que no estaban sometidos a la rígida censura del Kremlin.
Grossman era un judío ucraniano que informó sobre las principales batallas del frente del Este. La verdad de la guerra es muy fea para todos. Para los alemanes y para los rusos. No hay una sola guerra que se haya ganado o perdido limpiamente. El sufrimiento de los supervivientes tuvo sus causas en las balas y la pólvora enemigas pero sobre todo en el frío que helaba los corazones.
Tenía una visión idealizada del soldado ruso que se vino abajo cuando observó las violaciones en masa cuando avanzaban hacia Berlín. Para Stalin todas las víctimas eran iguales y las matanzas de judíos por el mero hecho de serlo no podían ser destacadas.
La propaganda le perturba. En su población natal ucraniana los alemanes mataron a decenas de miles de judíos después de ser denunciados por sus propios compatriotas. Su madre fue una de las víctimas.
Para aquellos que utilizan banalmente la palabra nazismo les recomiendo que lean su estremecedor relato en directo a su entrada en el campo de exterminio de Treblinka. Es un horror, la mayor perversidad de que es capaz la condición humana, la deshumanización absoluta, el recrearse frívolamente en el mal causado a los otros.
No se sabe si la valentía de los soldados rusos era por miedo a la policía secreta o por el patriotismo de las tropas. Las mujeres aparecen como la gran bolsa de resistencia en las inmensas y gélidas estepas rusas. Se resaltan los rasgos antisemitas de Stalin y la arrogancia criminal de los nazis que se convierten en corderos cuando son vencidos.
Es una visión nueva, distinta, de las monstruosidades de la Segunda Guerra Mundial. Las guerras, todas, no dignifican a la especie humana. La degradan.
La vieja polémica sobre si el nazismo fue más perverso que el comunismo o al revés, no admite comparaciones. Los dos fueron malos pero uno más que otro. Fue más perverse el nazismo porque se basaba en la teoría del superhombre y de la raza superior llevando al exterminio de etnias enteras, de razas y de personas que no «merecían» vivir. Lo que ocurrió en Treblinka es tan repugnante como inhumano.
Pero el comunismo que practicaba Stalin asesinó, llevó a la muerte y a la degradación humana a más millones de gentes que el nazismo. En nombre de una ideología que debía crear un hombre nuevo se construyó un sistema que recogía todos los ingredientes para ir en contra del hombre.