El mundo ha despertado de una pesadilla para encontrarse que no era una pesadilla sino una realidad. Se cuenta de Lord Salisbury, que fue primer ministro de Inglaterra, que una vez estaba soñando que pronunciaba un discurso en la Cámara de los Lores y al despertar comprobó que estaba efectivamente hablando en la alta cámara británica.
No se acabará con la guerra de Iraq porque su principal arquitecto, Donald Rumsfeld, haya sido sacrificado por su amigo el presidente Bush. Ni tampoco porque los demócratas controlen el Congreso a partir del 20 de enero. La pesadilla está en el mal causado, en las dificultades para repararlo, en la ausencia de planes para abandonar el país invadido.
La principal tarea de Estados Unidos es restablecer su credibilidad moral y política ante el mundo. Que sean los republicanos o los demócratas es irrelevante.
El prestigio de la hegemonía americana nos afecta a todos. Europa, con la excepción de Tony Blair y José María Aznar, no fue partidaria de la desgraciada guerra. Pero da igual. Europa puede ser víctima del terrorismo internacional a pesar de no compartir la guerra preventiva y la filosofía de la guerra contra el terrorismo.
Europa es el espacio físico más cercano a Oriente. Desde la batalla de Salamina, como recuerda Kapuscinski en su último libro sobre Herodoto, los choques entre Oriente y Occidente han sido endémicos. Ahora estamos en uno de ellos.
La iniciativa para enfrentarse a Oriente no viene de Europa. Ha sido diseñada por un puñado de neoconsevadores americanos que tenían el noble propósito de exportar la democracia a Oriente y lo que han conseguido es una sacudida democrática en Estados Unidos con un revolcón a los republicanos que se han quedado en minoría en las dos cámaras del Congreso.
No voy a acusar a Estados Unidos de nada. En el siglo XX vinieron a Europa para salvarnos de nuestros propios fantasmas. Como dice el historiador comunista Hobsbawm el gran triunfador del siglo pasado ha sido Estados Unidos. Pero sí que pienso que en un momento tan preocupante como los atentados del 11 de septiembre de 2001 su reacción no fue inteligente.
Invadir Iraq no tenía nada que ver con el terrorismo que ha actuado dramáticamente en varios puntos del planeta. Fue una obsesión para dominar la zona pensando en que la superioridad militar lo podía todo. El poder blando de Estados Unidos fue suplantado por el poder duro.
Los resultados son que hoy la inquietud y la inseguridad en el mundo son mayores que hace cinco años. Iraq está en una guerra civil latente. Irán es más fuerte. Corea del Norte hace experimentos con bombas nucleares, Israel está más inseguro, las monarquías del Golfo son más vulnerables, el petróleo puede bajar pero no será controlado por Washington, Londres, París o Roma.
Hemos despertado de un sueño y nos encontramos con una gran chapuza de la que no podremos salir airosamente. Los problemas causados por Bush no los resuelve una mayoría demócrata en el Congreso. Los cientos de miles de muertos no podrán pedir justicia ni reparación. Ya no están.
La ética no se puede cuartear. Se pueden hacer campañas para defender la vida, que suscribo, pero no se pueden abarrotar los cementerios en nombre de la superioridad moral.