La Alianza de Civilizaciones se ha puesto de largo en Estambul con un informe elaborado por veinte prominentes figuras mundiales en el que se hace un llamamiento para que se superen las divisiones entre las sociedades islámicas y las occidentales.
Uno de sus impulsores, el presidente Zapatero, dijo que no es un sueño “ingenuo y bientencionado” sino una proclama a la convivencia entre los humanos porque “sin paz no hay libertad, no hay justicia, no hay dignidad, no hay prosperidad”.
No puedo estar más de acuerdo con este planteamiento en unos momentos en los que el choque entre Oriente y Occidente se ha estrellado en el desgraciado territorio de Iraq y en las montañas de Afganistán, después de cientos de miles de muertos tras la invasión de tropas occidentales para librar la guerra internacional contra el terrorismo.
Desde Washington y desde Londres se están explorando nuevas actitudes para desactivar la crisis provocada por la presencia estéril de más de 150.000 soldados en Iraq. Se propone involucrar a Irán y Siria para que faciliten el entendimiento entre Occidente y el mundo islámico.
Las democracias suelen perder las guerras en las urnas cuando no las ganan en el campo de batalla y, especialmente, cuando no les asiste la razón. George Bush y Tony Blair están comprobando esta constante de la historia con la huída de sus electores castigándoles por una guerra que ha creado más problemas que los que exitían antes de iniciarla.
Zapatero habla de que no es un sueño ingenuo el construir puentes entre dos civilizaciones que se han enfrentado periódicamente desde hace 25 siglos cuando las tropas persas se enfrentaron con las griegas en la batalla de Salamina.
El informe presentado en Estambul habla de que la ignorancia es la causa principal de la hostilidad entre los dos mundos. Estoy de acuerdo aunque la ignorancia mutua no se despeja con un informe ni con una reunión entre personas cualificadas de los dos universos ideológicos y políticos.
El simbólico punto crítico del desacuerdo, señala el informe, es el conflicto entre Israel y los palestinos que, junto con las intervenciones militares occidentales en la zona contribuyen a aumentar el resentimiento y desconfianza entre las dos culturas y civilizaciones.
El primer ministro israelí, Ehud Olmert, ha llegado en visita oficial a Washington y ha pedido una acción de fuerza contra Irán para detener el programa de enriquecimiento de uranio que permitiría al presidente Ahmadinejad disponer la bomba nuclear.
El presidente iraní ha amenazado nuevamente en que Israel está condenado a la «desaparición y la destrucción». Será difícil por no decir imposible que el secretario general de la ONU, Kofi Annan, pueda coordinar una cumbre de la Alianza de Civilizaciones para encontrar una salida más o menos racional a lo que es un enfrentamiento real entre las mismas.
No es un sueño pero sí una quimera, definida por la Real Academia como “lo que se propone a la imaginación como posible o verdadero, no siéndolo”. En cualquier caso, la convivencia es inasequible entre dos sistemas de valores tan contrapuestos, entre un mundo moderno, democrático, desarrollado, y un mundo que no contempla los principios de los derechos humanos, la igualdad entre hombre y mujer, la libertad, la igualdad y la justicia derivada de los principios republicanos. Es una declaración de buenas intenciones a las que me sumo con todas las precauciones y reservas posibles.
El “buenismo” suele estrellarse con la realidad que es compleja, contradictoria, irracional y cruel. La Sociedad de Naciones de 1918 y la ONU de 1945 fueron empresas ejemplares pero no evitaron las desgracias del siglo XX.