La película de Stephen Frears me ha interesado en muchos aspectos. El argumento, la magistral interpretación de la reina de Inglaterra, el primer ministro Blair, la gente, la vida recluída en el castillo escocés de Balmoral, la manera cómo es despertada la soberana, cómo ve la televisión, cómo cazan los reyes, cómo lee los periódicos o cómo se pasea con un destartalado land rover por los miles de acres de la residencia veraniega de los Windsor.
Pero “The Queen”, me ha evocado las formas, siempre las formas, que permiten resolver una crisis emocional de forma satisfactoria como la que planteó la muerte trágica de la princesa Diana en un túnel de París el último día del mes de agosto de 1997.
Los ingleses supieron hacer revoluciones que no han atacado jamás el principio de legitimidad. Para ser reina de Inglaterra durante más de medio siglo es preciso conocer los comportamientos, huir de las prisas, valorar las consecuencias de las decisiones, no izar o arriar banderas precipitadamente y no convertir en un conflicto público lo que era un drama privado.
La democracia no puede actuar con prisas, con chapuzas, como si se tratara de una carrera por montañas sin caminos y sin mapas. La democracia no puede sobrevivir sin las formas, sin una cierta mística que la convierte en fuerte y a la vez vulnerable. Y en una monarquía parlamentaria, las formas son imprescindibles.
Cuatro fuerzas entraron en juego descontrolado en aquellos frenéticos días de septiembre de hace nueve años: la Monarquía, el Gobierno, el pueblo británico y los medios de comunicación. Cada uno cumplió con su deber, como recuerda la famosa frase escrita sobre mármol en la columna de Nelson en Trafalgar Square, en unos momentos en los que las emociones eran más poderosas que la racionalidad.
La Reina no había entendido lo que pasaba en la calle. A medida que las flores se amontanaban por millares en las puertas del palacio de Buckingham y mientras los periódicos pedían un mensaje oficial de condolencia de Isabel II, el primer ministro la llamaba por teléfono para que saliera de su urna de cristal escocesa y expresara su dolor por la muerte trágica de la que había sido la mujer del heredero y la madre de un futuro rey de Inglaterra.
Finalmente la Reina decide actuar con la cabeza y olvidar las heridas que llevaba en su corazón. El pueblo británico actuaba más por las emociones que por las consecuencias institucionales que comportaban que la soberana torciera su voluntad. En el vuelo de Escocia a Londres al pensamiento de Isabel le vendrían las equivocaciones de sus antecesores que les llevarían al patíbulo.
No había para tanto con la muerte de la princesa del pueblo porque el país no es republicano. Tony Blair guardó las formas y recondujo la situación acercando la soberana a las gentes a través de los medios de comunicación.
Una institución que lleva tantos siglos al frente de un país no puede precipitarse, tiene que observar las tradiciones, los hábitos sociales y políticos, para acabar haciendo lo que el primer ministro le exigía humildemente que hiciera.
Aconsejo a los socios del tripartito y a quienes están en la oposición que vean “The Queen”. Se pueden tener convicciones y puntos de vista sobre cualquier cosa. Pero es aconsejable cambiarlos cuando los hechos te indican que la realidad marcha por otros derroteros. Se han saltado varias veces las formas en menos de un mes.
Primero con la reunión de 70 diputados electos pero no proclamados en una sala del Parlament para anunciar el futuro gobierno tripartito. Una chapuza. Había que haber esperado hasta la proclamación del nuevo parlamento, la elección de su presidente y el turno de consultas preceptivo para encargar la formación del gobierno.
Tiene razón Artur Mas que las consultas de hoy han sido una comedia. Pero no tiene ninguna razón cuando dice que José Montilla le falta autoridad política y autoridad moral para presidir el país. ¿Quién es Mas para distribuir carnets de autoridad?