El panorama mientras dura la guerra contra el terrorismo internacional refleja un cuadro inquietante y contradictorio. Por una parte, en prácticamente todos los países en los que la violencia política es más desgarradora, hay gobiernos aliados o con muy buenas relaciones con Estados Unidos. Son gobiernos formalmente democráticos, monarquías autoritarias o regímenes militaristas.
En todos esos países el terrorismo de cuño islámico actúa despiadadamente contra los gobiernos respectivos y, a la vez, contra sus protectores que son identificados con Estados Unidos y Europa.
En Iraq y Afganistán los gobiernos han sido elegidos democráticamente en el sentido que están legitimados por las urnas a las que acudieron mayorías muy remarcables de iraquíes y afganos.
Los atentados terroristas en esos dos países son diarios e indiscriminados.
El asalto a la Mezquita Roja en Islamabad, con decenas de muertos en medio de una violenta tensión, revela la debilidad del general Musharraf para hacer frente al movimiento de insurgencia islámica que quiere convertir a Pakistán en un régimen coránico.
Igualmente ocurre en Líbano con un gobierno bendecido por Europa, Estados Unidos e Israel, pero muy debilitado por los palestinos de Hamas que operan bajo la protección de Irán y Siria. Lo mismo se puede decir de Yemen, con un gobierno protegido por Washington, donde hace dos semanas se ha perpetrado un atentado suicida con coche bomba que costó la vida a siete ciudadanos españoles.
El aliado más poderoso de Occidente en la región es Arabia Saudí, la monarquía autoritaria de los Saud, que por una parte controla rigídamente la disidencia y, por otra, hace la vista gorda cuando desde Riad se financia a grupos relacionados con Al Qaeda que operan en el mundo musulmán y en Europa.
La inestabilidad en la zona es preocupante. Tanto para la mayoría de la población musulmana que desea vivir en paz como para la estrategia de Occidente para encontrar una salida a una situación que no camina precisamente hacia la democracia.
El problema lo tiene George Bush con 150.000 soldados en Iraq, pero también lo tenemos cuantos países podemos ser víctimas de atentados masivos. Los gobiernos aliados en la región no fomentan la democracia sino más violencia.
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Vilá, estoy de acuerdo en que Arabia Saudí es uno de los mayores problemas de la zona.
Los aliados en el mundo islámico lo son en función de unos intereses económicos, nadie da nada por nada, Arabia Saudí es uno de los principales problemas de la zona, juegan a todas las cartas y son poco de fiar.
J.Vilá.
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Para poder mejorar los paises arabes necesitan inversiones, necesitan tegnologia y apoyo, el islamismo esta frenando esas mejoras y arabia saudi no esta aportando mucha calma a esta situacion.
Todo este artículo es un enorme y gigantesco título. me lo parece a mi, o no aporta absolutamente nada?
Bueno, opinaré sobre lo que ha dicho bartolomec:
Arabia Saudí no es un estado, es cierto… de hecho está por encima de los estados, donde asoma el dinero y ya no huele a rancio. No creo que Arabia Saudí sea aliado de nadie más de si mismo y de el dinero en general, sea de donde sea, tenga el color que tenga y rece a quien rece.
Isarn
Sr.Foix: Creo que acaba Vd de mencionar lo que en castilla se denomina la madre del cordero, es decir Arabia Saudí. El terrorismo es un síntoma, la enfermedad es el fundamentalismo, las organizaciones wahabíes financiadas con el dinero saudí han invadido todo oriente medio, han invadido hasta las mezquitas de occidente. Arabia Saudí es el único país de los que Vd ha mencionado que no está en disposición de luchar eficazmente contra el terrorismo, no es un estado al uso, es más bien un "apaño familiar", su única forma de lucha es que ese terrorismo y la enfermedad que lo provoca,dependa de sus recursos, de sus ingentes recursos financieros, lo dicho Sr.Foix, la madre del cordero…