Me gusta viajar a todas partes sin huir de ninguna. El viajar es llevar puestas las gafas de tu procedencia, de tu infancia, de los recuerdos imborrables de la primera juventud. de tus estudios, del ámbito de los primeros amores, de las frustraciones tempranas y de las ilusiones recientes. Viajar es descubrirse a sí mismo, situar al mundo en nuestras coordenadas mentales. asombrarse de la monotonía de los paisajes y de la rutina de las gentes.
Una forma de viajar es dialogar silenciosamente con el mundo. Con el exterior y con el interior. No depende de la distancia ni de la fatiga para llegar sino cómo se va a llegar a casa. Siempre se vuelve a casa, como Ulises y como tantos viajeros legendarios que pensaban más en arribar a su puerto de partida que en descubrir nuevas vivencias.
El viaje es lo que queda cuando se ha olvidado todo. Viajar nos enriquece con los misterios de lo desconocido, las sensaciones captadas superficialmente, los miedos extraños que tienen los forasteros ante lo nuevo. Viajar es darse a conocer aunque nadie perciba nuestros movimientos o nuestras reflexiones.
He tenido el privilegio de viajar por el ancho mundo, en tiempos de paz y de guerra, corriendo o pausadamente, dialogando estupefacto ante grandes obras de arte, pasearme por los mercados, entrar en los cementerios, visitar silenciosamente las iglesias, hablar con tenderos o con policías, ver los jardines con niños que juegan con la mirada benévola de sus padres.
La primera vez que visité India no aguanté más de tres días. La miseria en las calles, la lepra de jóvenes y ancianos, los mendigos de las esquinas, me dibujaron un mundo indecente. La Unión Soviética era una gran mentira que era protegida por la gran mentira oficial. En la Sudáfrica del apartheid era muy insoportable ser blanco.
De todas esas vivencias en casi cien países del mundo no sé lo que me queda. Quizás un asombro imborrable ante la condición humana y ante el comportamiento universal ante la codicia, la mentira, el poder, el dominio sobre el otro, la envidia y el odio. Pero me queda muy especialmente la sensación de bondad que crece en todas partes y no es ahogada por la cizaña de la maldad.
He pasado cuatro días en mi pequeño pueblo, poco más de cien compatriotas, andando por el campo sediento en espera de lluvias que siempre están a punto de llegar pero no descargan desde hace diez meses. Las mismas conversaciones, parecidas pequeños rencillas, actos de generosidad, ilusiones de lo efímero, planes fantasiosos.
El día de Jueves Santo experimenté lo que he visto en muchas partes del mundo. La Luna asomaba por Oriente mientras el Sol se ponía por Occidente. Es el único día, el de Luna llena, cuando el astro Sol y la caprichosa Luna comparten por unos minutos el mismo cielo visible. La Pascua llegaba inexorable, como hace miles de años.
Los estorninos vuelan en tropel avalanzándose sobre algo comestible. Los conejos duermen con los ojos abiertos, incluso dentro de sus madrigueras. Las liebres están agazapadas y quietas. Los jabalíes dejan las señales de sus pezuños en algún vestigio de humedad. Se tejen los primeros nidos de urracas y de pardales. Cuando los vientos se calmen y la primavera pida paso, llegarán las golondrinas para cobijarse en los mismos nidos que dejaron abandonados en octubre.
Los frutales empujan y las flores se abren señalando tímidamente los frutos. Los nudos de los sarmientos señalan las primeras lágrimas sepultando definitivamente el invierno.
Es una manera de viajar. Quizás no la más original, ni la más costosa, ni la más emocionante. Pero es un viaje a las raíces, a la procedencia, a lo más prosaico y propio de cada uno. He descansado.
Yo, como no tengo posibilidades de viajar me he contentado con hacer un viaje hacia mi interior, no he llegado a ecnotrarme conmigo mismo, pero casi,algo es algo.
J.Vilá.
Bonita reflexión…
Sr.Foix,le entiendo muy bien cuando habla de volver a las raíces de uno.
Al igual que con cualquier viaje,en la vida,no se sabe lo que uno ha aprendido hasta que se vuelve.Nada de lo que haya llegado una vez a nuestro corazón puede jamás perderse del todo.
Viajar es la mejor medicina que tiene el mundo en sus manos.
Un cordial saludo.
Balanza.
Su relato me ha evocado a Josep Pla. Es verdad que el viaje interior es el que importa, pero tal parece que para descubrirlo hay que haber viajado mucho al exterior.
Sr.Foix:" Roda el món i torna al born".