En política los hechos son más severos, más tozudos y más inquietantes que las teorías y los discursos. Le preguntaron al primer ministro Harold Macmillan antes de que estallara el escándalo Profumo al comienzo de los años sesenta, qué era lo que más temía de su gobierno. Aquel espigado y bigotudo eduardiano contestó a la joven periodista con un lacónico the facts, young lady, the facts.
Los hechos hablan por sí solos y las palabras se las lleva el viento o permanecen impresas o almacenadas en Google. Los hechos son demoledores cuando se empeñan en ir en contra de los discursos oficiales, fabricados a menudo con el inconfesable objetivo de embaucar al personal, un arte muy practicado en los últimos tiempos.
Los discuros no desmienten la realidad ni tampoco la modifican. Vivíamos en el mejor de los mundos, con crecimiento superior al resto de países europeos, superávit que nos salía por las costuras, creación acelerada de puestos de trabajo, pueblos enteros con miles de viviendas que se levantaban sin escrúpulos y sin estética sobre las laderas mediterráneas o sobre los páramos peninsulares.
No estoy hablando del siglo pasado. Ni siquiera de la pasada legislatura. Me refiero a la todavía fresca campaña electoral del primer trimestre de este año en la que nos sobraba tanto el dinero que se suprimieron o rebajaron impuestos, se ofreció una paga extra horizontal a todos los asalariados, ricos y menos ricos, seríamos el país del mundo con más kilómetros de alta velocidad ferroviaria, aumentaríamos la ayuda al desarrollo y no sé cuantas otras promesas más, propias de los nuevos ricos.
Los informes internacionales solventes señalaban los riesgos de una burbuja inmobiliaria que pincharía precisamente a mediados de 2008. El diagnóstico no fue preciso porque el pinchazo empezó a desinflar el globo en el último trimestre del año pasado.
Como no se pueden alterar los hechos hay que apresurarse a cambiar el discurso. El presidente Zapatero nos sale ahora con los derechos sociales para los más necesitados y con el compromiso con los que van a quedarse sin trabajo. Por favor, esto lo haría hasta un gobierno de derechas.
Vienen tiempos de ajustes duros. No es la primera vez ni será la última. Nos habíamos acostumbrado a una opulencia sobrevenida y ahora habrá que volver a la realidad que siempre es sobria y austera.
Habrá que pedir a los responsables políticos y económicos que expongan la dimensión de la crisis, cuál va a ser su duración, qué mecanismos se ponen en marcha para afrontarla. Por favor, sin demagogias ni chulerías ni parches ni populismos. La sociedad es lo suficientemente madura para hacerse cargo de la situación sabiendo que en momentos delicados, lo peor que nos podría ocurrir es tener miedo al miedo, como dijo Roosevelt en los años cuarenta.
Africa, el mio ya se ha ido en lo mismo.
La dimensión de la crisis se han negado reiteradamente a exponerla, su duración no la saben, y en cuanto a los mecanismos… Si nos los hubo cuando el viento soplaba a favor, para prever la remontada después de un estallido de la burbuja más que anunciada, ¿cómo los va a haber ahora?. Haremos lo de siempre, esconder la cabeza bajo el ala y esperar a que amaine el temporal.
Enric: Mi presupuesto de vacaciones se irá en dentista…
Hemos asistido al juego de los despropósitos, llamando a las cosas por otro nombre, no reconociendo la situación de crisis, jugando al escondite con las palabras, lamentable todo ello, muy lamentable y algo chulesco por momentos.
Un saludo,J.Vilá.
///ENRIC///
La culpa de la crisis la tienen los dentistas que cobran el centímetro cuadrado a 100 euros.
O sea, 10.000 x 100 =1.000.000 de euros el metro cuadrado.
Lluís, me parece que estos se marchan de vacaciones y nos dejan la casa patas arriba.
Sr.Foix: Espero, si no es pedir mucho, que nuestros gestores tengan la decencia de no irse de vacaciones sin poner en marcha soluciones efectivas e iniciativas realistas a esta situación de crisis en la que estamos inmersos.