No se pueden minimizar las corrientes de fondo aunque sus manifestaciones externas puedan resultar confusas y caóticas. Las consultas populares del domingo en tantos municipios catalanes se celebraron con las cartas marcadas, a juzgar por el alto porcentaje de votos afirmativos, casi el 95 por ciento, y con una participación que no superó el 28 por ciento. Estos datos plebiscitarios facilitados por los organizadores son infrecuentes, por no decir insólitos, en los sistemas democráticos.
Se puede considerar una prueba o un simulacro para pulsar los deseos o emociones de unos 700.000 catalanes diseminados por todo el territorio respecto a los deseos de independizarse de España. Dicho de otra manera, ver hasta qué punto el interés por vivir dentro de un estado común seguía siendo soportable. Los resultados hablan por sí solos si nos atenemos a la participación y al hecho de que la consulta no se celebró en las zonas urbanas donde reside la mayor parte de la población catalana.
Pero sería un error pensar que los últimos debates políticos entre España y Catalunya no han creado un gradual distanciamiento afectivo entre Madrid y Barcerlona. Se puede citar la moratoria del Tribunal Constitucional para pronunciarse sobre el Estatut, las declaraciones de que el gas es mejor que esté en manos alemanas que catalanas, el constante desprecio y atosigamiento a la lengua catalana, el foco fijo hacia Catalunya por un sector importante de la prensa de Madrid y de la plana mayor del Partido Popular y también de sectores socialistas hispánicos.
Hay cansancio, seguramente por ambas partes, para proseguir en la empresa común. El problema está en determinar si Catalunya quiere ir por su cuenta pacífica y democráticamente. La independencia no llegará por consultas que revelan un cierto sentimentalismo adolescente sino por una voluntad general mayoritaria que tenga en cuenta la preservación de la identidad y, sobre todo, los intereses de la mayoría de catalanes.
Que se haga cuanto antes un referéndum de verdad, que se abra un debate en el que los partidarios del modelo norteamericano o el alemán puedan exponer sus razones federales y los que sólo aceptan la independencia puedan defender los suyos. La política construida sobre emociones tiene un recorrido corto. La que introduce la racionalidad y los intereses suele ser más sólida y duradera.