Un presidente con dos guerras abiertas aceptará hoy el Premio Nobel de la Paz en el Ayuntamiento de Oslo. Barack Obama no se postuló para recibir el galardón, es más, fue una sorpresa para él cuando su hija le avanzó la noticia a la hora del desayuno en la Casa Blanca.
La exposición de motivos del jurado noruego resaltaba la aportación de Obama al “diálogo y las negociaciones como instrumentos para resolver los conflictos internacionales más difíciles”. La oratoria de Obama es brillante, comparable a la de Lincoln, Jefferson, Churchill, Luther King y Charles De Gaulle. Sus discursos son impecables, cautivadores, convincentes.
Espero conocer el mensaje de Obama para ver cómo se puede aceptar el Nobel de la Paz, una semana después de haber ordenado el envío de otros 30.000 soldados a Afganistán y convencer a los aliados para que suministren otros 5.000 combatientes.
Sospecho que el discurso de Obama será otra pieza oratoria que tendrá que justificar el hecho de pasar por un presidente pacífico siendo el comandante en jefe de ejércitos que suman más de doscientos mil soldados sólo en Iraq y Afganistán, donde las matanzas diarias ya no merecen la atención de los informativos.
Las guerras son, además de la muerte y los sufrimientos, un torrente de palabras que esconden la miseria de la condición humana y que causan escalofrío. A la crueldad de los conflictos se suma la retórica que impregna hasta a quien la escucha. Detrás de las palabras hay violencia, bombas, víctimas inocentes o beligerantes.
Sólo dos presidentes norteamericanos en ejercicio en recibido el Nobel de la Paz. Theodore Roosevelt lo recibió en 1906 después de haber mediado en la guerra ruso-japonesa de 1905. Woodrow Wilson lo consiguió en 1919 cuando había ya terminado la Gran Guerra en la que el presidente norteamericano había escrito los famosos catorce puntos del Tratado de Versalles que después no fueron ratificados por el Congreso de Washington.
Es cierto que si Henry Kissinger y Yasser Arafat han sido galardonados con el Nobel de la Paz, cualquiera puede optar a este galardón.Es cierto que sin palabras y sin el convencimiento de su significado es difícil vivir y que perder esa fe en el lenguaje es abandonarlo casi todo.
Pero decía Goethe en sus conversaciones con Eckermann que el “estilo de un escritor es la impronta fiel de su interior. Si alguien quiere un estilo claro, que tenga antes las cosas claras en su alma, y si alguien pretende escribir en un estilo grandioso, que su personalidad también lo sea”.
Sabemos las promesas de Obama sobre Guantánamo, Iraq, Afganistán y la nueva proyección internacional de Estados Unidos. Hasta ahora han sido bellos discursos. Conciliar guerra y paz es posible en la literatura. En política es mucho más complicado.