Es un hecho incuestionable que el periodo más prolongado de progreso, libertad y convivencia en España pertenece a los últimos treinta años de nuestra historia. La descentralización política, institucional y económica ha coincidido con la modernización del país que ha dejado de ser una excepción europea porque el proyecto común ha sido compartido por muchas de sus partes que durante siglos permanecieron mutiladas.
Ortega se recreó en la vieja idea de que “no hay que darle más vueltas: España es una cosa hecha por Castilla, y hay razones para ir sospechando que, en general, sólo cabezas castellanas tienen órganos adecuados para percibir el gran problema de la España integral”. Aceptó resignadamente la conllevancia cuando la realidad superaba sus propios vaticinios.
Le contradecía Unamuno al afirmar que España está por descubrir y sólo la descubrirán los españoles europeizados. Al desaparecer la visión única de la realidad peninsular ha surgido otra España que ha crecido enfrentándose libremente a sus demonios atávicos y ha dado juego a sus territorios que se han organizado para servir mejor a sus propios ciudadanos sin esperar las decisiones lejanas y desconocedoras de que no hay una sola manera de ejercer el poder.
El ya cansino debate sobre la decisión del Tribunal Constitucional respecto al Estatut de Catalunya es básicamente sobre las formas de administrar el poder en unos tiempos en los que los estados han cedido muchas competencias importantes a la Unión Europea y, en el caso de España, las autonomías han ocupado las competencias que estaban en manos del poder central.
Aunque la deriva del debate se distraiga en conceptos como nación, soberanía o independencia, es una discusión sobre cómo y quién ejerce el poder en España. Pérez Galdós relataba en uno de sus Episodios Nacionales sobre las guerras carlistas que “se lucha por la dominación, y nada más: por el mando, por el mangoneo, por ver quién reparte el pedazo de pan, el puñado de garbanzos y el medio vaso de vino que corresponde a cada español…”.
La situación es hoy afortunadamente más equilibrada y más justa. El experimento de desprenderse de competencias hacia arriba y hacia abajo ha dado un excelente resultado. Alemania y Estados Unidos son referentes sólidos.