Un enemigo invisible recorre el mundo sembrando el miedo a individuos y sociedades enteras. Un nigeriano estudiante en Londres se adiestró en Yemen, subió a un avión en Amsterdam con destino a Detroit con el objetivo de inmolarse y poner fin a la vida de todo el pasaje.
Estos días un hombre llamó a la puerta de un caricaturista danés que se atrevió a publicar unos dibujos ofensivos contra el Profeta hace unos años poniendo su vida en peligro desde entonces. En Holanda asesinaron al cineasta Van Gogh por haber dirigido una película sobre el Islam. El terrorismo de procedencia islámica ha sacudido Madrid, Londres, Nueva York y Washington. En Mauritania siguen secuestrados tres catalanes que transportaban ayuda humanitaria al África subsahariana.
Estados Unidos y Gran Bretaña han cerrado sus embajadas en Yemen ante el temor de inminentes ataques de Al Qaeda o una de sus franquicias diseminadas por el mundo musulmán y camufladas también en cualquier ciudad occidental. Viajar en avión sigue siendo una necesidad que preceptivamente tiene que pasar por el suplicio de los controles de los aeropuertos que nos desnudan hasta conocer los rincones más íntimos de cada uno de los pasajeros.
Enfrente no tenemos a un ejército, a un estado o a personas que puedan identificarse. Hay una idea que recluta a cientos de voluntarios que practican el desprecio más absoluto a las vidas ajenas. Es poco conocido que el número de víctimas de este radicalismo violento es diez veces superior en las sociedades musulmanas que en las occidentales.
En todo caso, la estrategia de la fuerza de los ejércitos que desde 2001 golpearon Afganistán y derrocaron al régimen de los talibanes no ha conseguido ni ganar la guerra ni alejar el peligro que acecha en cualquier lugar del planeta. Occidente no dispone de pautas ni programas para combatir los puntos de ignición de este terror global que pueden encontrarse en Barcelona o en Bali.
No estamos ante un choque de civilizaciones sino ante la supervivencia de la civilización. Y para ganar esta nueva e inesperada batalla global utilizamos los mismos conceptos del estado que nacieron de la Paz de Westfalia de 1648. Un estado no puede combatir un peligro tan difuso y tan opaco que circula por la red sin que los gobiernos puedan detectarlo. Son las consecuencias de la inseguridad jurídica global en que vivimos.