Sería interesante que en este año electoral nuestros políticos se pusieran en la piel de los electores para dar respuesta a sus preocupaciones, inquietudes e intereses. Atravesamos tiempos muy frágiles y la política los tiene que afrontar proponiendo soluciones plurales y posibles.
A pesar de que Orwell escribiera que “la política es una masa de mentiras, evasivas, estupidez, odio y esquizofrenia”, sostengo que es imprescindible porque todas las cuestiones que afectan a la temporalidad de las cosas humanas acaban siendo políticas. No pretendo que los partidos pongan el contador a cero porque todos transportan una mochila de historia, de aciertos y errores, de una legítima carga ideológica, de años en el gobierno o en la oposición.
Pero sí que les recomendaría que fueran sobrios en el lenguaje que puede convertir la mentira en verdad y confundir los sueños y promesas con realidades inalcanzables. En épocas crudas como las que vivimos no es oportuno que nadie se cuelgue medallas. El país se encuentra en una recesión desconocida hasta ahora, el paro aumenta, la economía globalizada exige un mayor esfuerzo de competitividad, no hay recursos para hacer frente a las promesas hechas por el actual gobierno y la inmigración ha entrado de lleno en el debate social y político.
La complejidad del momento no admite demagogia ni populismos improvisados. Deberíamos saber, después de comprobar una y otra vez adonde han conducido las fantasías utópicas de Platón, que los ideales de igualdad, de racionalidad colectiva, de austeridad abnegada, solamente podrán alcanzarse sin las tácticas a corto plazo desde las cúpulas de los partidos o desde los gabinetes electorales.
Hay que confiar mucho más en la sociedad catalana que ha dado muestras de madurez, de forzada resignación, de espera de una clase política que piense más en el conjunto del país que en las peleas con titulares estúpidos en los medios escritos y audiovisuales.
El país espera que le cuenten lo que está ocurriendo aunque sea desagradable. Que le hablen sobre cómo canalizar el esfuerzo personal y colectivo, cómo vehicular la gran masa crítica de inteligencia y conocimientos que almacena, cómo podemos situarnos en un mundo tan cambiante como inestable.
La iniciativa olímpica del alcalde Hereu no va en esta dirección. El sentimentalismo patriótico, tampoco.