El progreso de las naciones no hace ruido. En todo caso no nace de la política ni de los discursos. Empieza en la escuela y se consolida en la universidad. En un paseo por los campos de Eton, a los pies del castillo de Windsor, me comentaba hace años Augusto Assia que la batalla de Waterloo se ganó en las aulas y en los campos de deporte de la más elitista de las escuelas inglesas, la puerta de entrada más segura para estudiar en Cambridge y Oxford.
Se me ocurre que si parte de las energías empleadas en el debate político de los últimos años se hubieran desviado a cómo mejorar nuestro sistema educativo, y no me refiero sólo a las siempre definitivas leyes de educación, el país respiraría con mucho más oxígeno.
Acabo de leer que China ha experimentado un crecimiento en investigación científica superior al de cualquier otro país en los últimos treinta años. Hace unos meses Javier Solana nos decía que China produce 400.000 ingenieros cada año. Con más de diez mil publicaciones científicas analizadas se detecta que los investigadores chinos han multiplicado por 64 el número de trabajos presentados desde 1981. Sólo Estados Unidos adelanta a China.
También se descubre que Rusia era la segunda potencia en investigación en la era soviética y hoy ha sido desplazada por India y Brasil. No es una casualidad que las potencias políticas y económicas sean también las primeras en educación, investigación y desarrollo. El estudio publicado por el Financial Times observa tres factores en el aumento espectacular del conocimiento en China.
El primero es la gran inversión del gobierno de Pekín en investigación y desarrollo, desde la escuela hasta los postgrados de la universidad. El segundo es la fluidez de los conocimientos hacia las aplicaciones comerciales e industriales. El tercero es favorecer la diáspora de miles de investigadores hacia Estados Unidos y Europa permitiéndoles trabajar, por ejemplo, medio año en el extranjero y el resto en el propio país.
Es cierto que la renta per cápita de los chinos es inferior a la de Europa y Estados Unidos. Pero el camino emprendido para consagrarse como una gran potencia del conocimiento es el acertado. Diez universidades chinas están muy bien situadas en el ranking educativo mundial. Toda esta realidad es silenciosa pero es el primer síntoma de vitalidad de un país.