Mañana se cumplirá un mes del terremoto que devastó Haití, el país más pobre de América, causando cientos de miles de muertos y conmoviendo las conciencias de la sociedad global. Los gobiernos se movilizaron, la ayuda alimentaria y el dinero de instituciones públicas y privadas acudieron en pocos días para remediar tanto dolor y tanta miseria. Obama envió varios miles de soldados para neutralizar el desorden, el pillaje y la miseria de un país que vivía una conmoción profunda. Europa celebró una reunión de ministros para aportar infraestructuras, proyectos y coordinación de la miseria.
Los reporteros de diarios, radio y televisión se desplazaron a Puerto Príncipe desde los cuatro puntos cardinales. Mostraron la magnitud de la tragedia, los supervivientes que salían de los escombros después de permanecer sepultados diez o doce días. Grandes y espectaculares imágenes que indigestaron durante dos semanas los estómagos de medio mundo.
El presidente haitiano mostraba su incapacidad para hacer frente a la dramática situación. El secretario general de la ONU se desplazó en persona a los lugares siniestrados por la calamadidad prometiendo ayuda para neutralizar los efectos del terremoto y para reconstruir un país que nunca se ha mantenido en pie.
Las imágenes de Haití han ido desapareciendo de los informativos de televisión. La mayoría de los enviados especiales han sido requeridos en otros focos informativos o simplemente han regresado a sus redacciones de origen. Es ahora cuando me interesa más leer o saber lo que pasa en Haití, cómo se distribuye la ayuda, qué hacen los marines americanos, qué se está reconstruyendo, cómo se cobijan tantos niños que han perdido a sus padres y no saben dónde están.
Salvo algunas excepciones, como el enviado especial de La Vanguardia, Félix Flores, que sigue enviando crónicas sobre el trauma de la catástrofe, las noticias sobre Haití ya no salen en portada y ni siquiera en las páginas interiores. Las televisiones ya han pasado página. Ya no hay imágenes, queda el dolor de los supervivientes.
En esta cultura del impacto y de la imagen en la que estamos inmersos sólo importa lo inmediato, lo que sobresalta en un momento concreto, los desgarradores videos del sufrimiento, el mostrar el dolor de los demás durante una o dos semanas. La tragedia se diluye, se olvida, se pierde en los recuerdos emotivos de los golpes caprichosos de la naturaleza.
No vamos a marear al personal sobre una catástrofe que ya se ha mostrado abriendo los informativos de todo el mundo. Es ahora, a mi juicio, cuando el periodismo tendría que recorrer la desgraciada república de Haití y explicarnos qué pasa. Cómo añoro el periodismo de Kapusinski. Se habría quedado varias semanas más y nos haría el gran relato de la post tragedia.